Durante el último fin de semana, en menos de dos días, con un saldo inicial de al menos treinta muertos y muchos heridos, tuvieron lugar en los Estados Unidos -en El Paso (Texas), en Dayton (Ohio) y en Chicago (Illinois)- tres tiroteos provocados por homicidas solitarios que dispararon de manera indiscriminada contra personas sorprendidas en total desprevención e indefensión. Espantosos crímenes cometidos con cobardía y sevicia.
Regresará seguramente el debate sobre adquisición y posesión de armas, que se enfrentará con la posición extrema de la denominada “Asociación del Rifle” y del propio gobierno norteamericano, pues ya sabemos que el presidente Trump no es amigo de las restricciones al respecto.
Ya hemos expresado en ocasiones anteriores que, a nuestro juicio, no es buena política la de permitir que cualquier ciudadano, sin ningún requisito, límite ni responsabilidad, pueda adquirir armas de fuego y portarlas a ciencia y paciencia de las autoridades. Las armas –como resulta de la Constitución colombiana- las debe poseer solamente la fuerza pública (uso legítimo), advirtiendo –claro está- que sus miembros han de usarlas de manera razonable y proporcionada, sujetos a la ley y con absoluto respeto a los derechos humanos, sin excesos.
La población civil, por su parte, no debe estar armada: lo hemos dicho en el caso de Colombia, cuando rechazamos las nefastas “Convivir”, y con mayor razón lo afirman los demócratas en Estados Unidos, en donde no existe control alguno al respecto.
En esta ocasión, un elemento nuevo ha surgido. En el caso de la masacre de El Paso, todo indica que el móvil del asesino fue el odio a la comunidad hispana, la xenofobia y la discriminación.
Tal como se ha informado, Patrick Crusius, de 21 años, condujo durante más de nueve horas desde Allen (norte de Dallas), dispuesto a matar, en desarrollo de su aversión a los inmigrantes, 85% de ellos hispanos, que viven en la frontera.
Se dice que este criminal eligió un almacén Walmart, una gran superficie repleta de compradores un sábado por la mañana. Allí los hispanos, en especial los mexicanos, cruzan la frontera, provenientes de Ciudad Juárez, con el objeto de efectuar sus compras. En paz, sin que ello amenace, ofenda ni perjudique a nadie. En el tiroteo del sábado, infortunadamente, murieron, en efecto, por lo menos 7 mexicanos. Por el delito de ser hispanos.
El presidente Donald Trump -que ha venido atacando a los inmigrantes, en especial a los hispanos, y que ha convertido esa política en columna vertebral de su gobierno y ahora de su campaña por la reelección- debería meditar sobre los efectos que pueden tener sus intervenciones públicas, arengas y trinos.
Lo cierto es que, con independencia de esos factores -facilidad en la adquisición de armas y discurso anti inmigrantes-, hay también mucha responsabilidad de la sociedad y de las familias -allá y aquí-. Graves deficiencias, quizá imperceptibles, en la formación que viene recibiendo la juventud, abandono, pérdida de valores y principios, cultura de violencia, relajamiento de las costumbres, desprecio por la vida, generalizada falta de respeto hacia la dignidad de todo ser humano. En fin, enfermedades sociales que se han desarrollado e incrementado en el presente siglo.