La guerra de Ucrania llevará años, según los más enterados. El presidente Joe Biden dará tanques de guerra sofisticados para la defensa de Ucrania, y Rusia prepara otra ofensiva en primavera. Ambas decisiones entrañan una estrategia de mediano y largo plazo, no una simple maniobra táctica. Pero al mismo tiempo no encaran la realidad de que, sea el que sea el resultado, los vecinos seguirán ahí siendo vecinos.
Es decir, en este año se mantendrá viva esta herida entre oriente y occidente. Y es improbable que alguno de los dos logre algo parecido a un triunfo decisivo. Como Rusia está rezagada en tecnología y su economía bélica no puede competir con las de Europa y Estados Unidos, tendría que lograr una victoria en el propio terreno. Pero la moral ucraniana es más alta entre otras cosas porque si pierden, su país desaparece.
Hace poco más de un año varios analistas creían que la Otan era un ente descerebrado, sin cohesión, sin norte y algo obsoleto. La invasión rusa revivió al ente, y dio a Europa un claro propósito común del que carecía desde la segunda guerra mundial. Eso en sí mismo es una derrota para su adversario que se mueve con presupuestos anacrónicos de anexiones violentas en una era digital de G-5 y de Avatar.
Rusia por su tamaño representa el territorio en el que esos dos mundos de oriente y occidente confluyen y se enfrentan. Las ideologías occidentales desde el siglo XVIII impulsaron la lucha contra el zarismo, y luego en el siglo XX durante la primera guerra mundial el Káiser alemán patrocinó con dinero a Lenin y lo introdujo en Rusia para combatir desde dentro al zar Nicolás II.
El zar con razón decía que el socialismo era una ideología foránea. El triunfo de la revolución hizo que el jefe de estado tuviese los atributos que cualquier zar, las ideas de libertad adoptaron las formas autocráticas de su receptor. La libertad de expresión, pluralismo, el traspaso pacifico del poder no figuraban en su imaginario colectivo. Se intentó subvertir a la iglesia ortodoxa cristiana instituyendo un estado ateo.
Cuando ese estado fracasó sin que mediara un solo tiro, se mantuvo el imaginario autoritario, y se dio paso a la posesión privada de los medios de producción (agro, industria. comercio). Pero esos medios productivos se repartieron entre los próximos al régimen, y no entre los más capaces de desarrollarlos. De modo que otra idea occidental ha sustituido a la anterior, pero sin cambiar al recipiente.
Esto es lo que se vislumbra en este inicio de año, junto con descubrimientos alentadores como el de obtener energía limpia por fusión, la sorprendente crisis demográfica en China y Japón, las divisiones sociales agravadas en Estados Unidos, y las fisuras políticas con Latinoamérica. El fracaso de la vacuna china contra el covid-19. La concentración de la riqueza mundial en menos manos, la destrucción de miles de bosques en el Amazonas, el cambio climático, y todo lo que no podemos ver.