MARÍA ANDREA NIETO | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Febrero de 2014

Voto en blanco

 

Ahora  que arrancó la campaña por el Congreso y la reelección del Presidente Santos hay algo que es completamente claro y perceptible para cualquier ciudadano/a y es que la mayoría de las personas está profundamente desilusionada y brava con la clase política colombiana.

Si algo han hecho bien los/as políticos/as (al menos la mayoría) es hacerlo mal. Es decir, los casos de corrupción, de abuso, de robo en beneficio propio, han sido tan consistentemente "bien" hechos, que en la cabeza de la gente esta realidad alimenta su indignación.

Por eso tiene tanta acogida la opción del voto en blanco como un camino para manifestar, de manera pública, el dolor de la desilusión. Es que cuando alguien decide elegir a una persona para que lo represente, le está entregando un derecho político que por siglos fue desconocido, que costó sangre obtener y ese contexto histórico se junta con uno emocional y que está relacionado con la necesidad de que el "elegido/a" se conecte con las necesidades del elector y en el desarrollo de sus funciones, cumpla con su deber, o sea el de servir a las comunidades.

En Colombia, la clase política convirtió este servicio en empresas familiares, en compañías que compran y venden un producto, es decir el voto.

La renovación del Congreso es una tarea casi imposible de realizar cada cuatro años. La ignorancia frente a los/as candidatos/as  alimenta la abstención y hoy en día ese fenómeno mencionado más la indignación existente, hacen que la opción del voto en blanco sea tan válida. Pero es de manera contradictoria también una gran pérdida, porque con todos esos sufragios en blanco se podrían elegir al menos cinco o seis opciones novedosas. Pero la gente muchas veces prefiere la comodidad de la ignorancia a la responsabilidad de buscar  información, enterarse y escoger.