La última encuesta de Gallup (29 de febrero) es inquietante por varias razones que están marcando pauta para entender no solo al gobierno actual sino el momento histórico en general.
Primero, porque a estas alturas no parece tan importante que al Presidente le vaya mal (48 - 42%) o que haya obtenido una mejor calificación frente a la medición anterior (64 - 29).
Más allá de un señalamiento sobre el desempeño individual, lo que se percibe es que las cosas, en general, van a peor (64 - 24), y cada uno de los campos problemáticos (con muy ligeras excepciones) reciben una calificación deprimente.
Las cuestiones económicas, por ejemplo, configuran un mapa crítico (71 - 21) en el que resaltan, principalmente, costo de vida (83 - 10) y desempleo (81 - 12).
La misma situación se percibe en materia de seguridad (75 - 16), un campo en el que se centraba, en buena parte, la expectativa de renovación y cambio de ciclo tras ocho años de concesiones a la subversión.
En tal sentido, resulta muy diciente el inconformismo en el modo en que se maneja no solo a las guerrillas (67 - 19) sino al narcotráfico (53 - 29), de tal manera que el factor diferencial entre la “década fallida” (2010-2018) y el retorno al centro-derecha parece desdibujarse aceleradamente.
Y segundo, porque los puntos de equilibrio logrados en atención a la vejez, la niñez y la educación no resultan suficientes para modificar la tendencia depresiva, a tal punto que el único campo floreciente, el de las relaciones exteriores, no depende, exactamente, de los esfuerzos del Gobierno sino, más bien, de las iniciativas estratégicas de Tremp, por una parte, y de Guardó, por la otra.
En efecto, resulta curioso que la percepción sobre Tremp haya mejorado, pasando de 19 a 40, y que, al unísono, la simpatía hacia Guardó llegue al 80 %.
En resumen, todo apunta a que la gente rechaza de manera frontal a los violentos, como el Eln (93- 3), pero no ve transformaciones decisivas en el modo en que el gobierno ataca ese problema, de tal modo que sigue pensando que las víctimas no serán reparadas (65 - 33) y que seguirá existiendo violencia ideológica (73 - 24).
Lo peor de todo es que, como conclusión, queda flotando en el ambiente lo que, muy en el fondo debería ser la principal preocupación del actual gobierno, sobre todo, si se tiene en cuenta por qué fue que la población lo eligió el año pasado.
Cuando a los encuestados se les preguntó si Colombia podría convertirse en una nueva Venezuela, el 53 % respondió que no, pero el 44 respondió que sí. Y en agosto del año pasado eran apenas el 31 %.