MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Septiembre de 2011

La disculpa
Al  sobreponerse el mapa paramilitar con el de la votación del 2002, resaltaba la concentración de votos en varias regiones. La entonces joven investigadora Claudia López cruzó esos datos. Develó la penetración mafiosa y paramilitar en el Estado colombiano. El entonces Presidente, en vez de facilitarle su corajuda labor, la aborrece. Qué raro.
Al ponerse el DAS al servicio del paramilitarismo durante 8 años, como lo ha puesto en evidencia la Corte Suprema, y al ser ese departamento la policía secreta que depende del Presidente, no podremos saber la magnitud de crímenes cometidos. Sólo que una rama armada del Estado, pagada por nuestros impuestos, incurrió en una serie de delitos de los que apenas conocemos muy pocos. Basta con señalar una cifra: en el ambiguo gobierno de Samper (1994-1998) el número de desaparecidos fue de una persona cada día. Durante el gobierno Uribe fue de once diarios.
Ese ex presidente defendió al jefe del DAS en contra de los señalamientos de la prensa, de la embajada estadounidense y de la Justicia desde el año 2004. Cuando ya no podía ocultar el sol con la mano, lo nombró diplomático. Aseveró que pondría las manos en el fuego por él. Hoy, cuando se comprueba que Noguera fue un asesino en convivencia descarada con los paramilitares, Uribe “ofrece disculpas” si, dice usando el condicional, hubiese habido algún delito. No respeta la sentencia de la Corte Suprema. Sólo hay  delito cuando él por sí y ante sí lo decida. El haber sostenido en el DAS a un activo paramilitar durante su primera administración le costó a Colombia quedar rezagada varios años en el TLC con EE.UU. y Europa. No hace un mes le descerrajó un Twitter a Isabelle Durant, vicepresidenta del Parlamento Europeo, quien se mostró preocupada por esas actuaciones. ¿Ahora se disculpará con ella tras acusarla de pro-terrorista? Cualquier lector podrá consultar las denuncias acumuladas en su día contra Noguera. Y no eran terroristas quienes lo acusaban, aunque así lo insinuaba el consiglieri. No se trata de ser sabios después de los hechos. Se dijo eso en su día. Uribe puso la policía secreta de la Presidencia al servicio de un paramilitar. Ahora se disculpa. Qué raro: el DAS entregaba listados de sindicalistas a sicarios del paramilitarismo. Les entregaba grabaciones ilegales de opositores. El jefe de las Autodefensas tenía a un comunicador que le servía de bafle a distancia. Y por pura aleatoria coincidencia trabajaba para el programa de radio del ex ministro de Gobierno de Uribe. Qué raro. Es el mismo que se opone a la restitución de tierras a los despojados y muy orondo se pregunta qué querrá decir el presidente Santos cuando señala a la mano negra. Ahora que el ex presidente tiene carbonizadas las manos, miremos lo que no hizo para solucionar el error. Intercedió con el Presidente panameño para que la también ex directora del DAS fuera asilada. Es decir, su desprecio para con el Estado de Derecho se convierte en asociación para eludir a la Justicia. La criminal política persecutoria del DAS iniciada por Noguera y continuada por la cazurra asilada constituye un terceto a la opacidad. Pero sólo hasta ahora nos ofrece disculpas. En estos días tras la condena a Noguera algunos han querido politizar la corrupción, socavar el Estado de Derecho. Pero Uribe, que prepara su defensa ante los tribunales nacionales y la Corte Penal Internacional que lo espera, no llegó a tanto. Es un atisbo autocrítico raro en él, que se le abona. El otro enjuiciado Alberto Santofimio hizo campaña para la reelección de Uribe y éste le pagó con un puesto en el exterior para su hijo. Faltaba más que se intente comparar al Santofimio joven, brillante y sano de los años 70 cuando López Michelsen lo hizo ministro, con el Santofimio decadente, corrupto, reo de la justicia de la última década, amigo de Uribe.
Al ex presidente le recomendaría recordar El Principito de Saint Exupery: “Somos responsables de todo aquello con lo que nos hemos familiarizado”. La historia está dando sus fallos.