Mon. Libardo Ramírez Gómez | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Diciembre de 2015

Conscientes  o inconscientes del profundo sentido de laNavidad, en todo el orbe se expresan, en estos días, “deseos de felicidad”. Está bien este alivio de paz, y de buenos deseos en esta época decembrina. Pero qué bien, y cuan engrandecedor de un suave y confortante sentir, si lo enriquecemos con detalles llamados a darle perennidad en el alma. “Siempre es Navidad”, para quien le da a esta gran festividad su pleno sentido, y cultiva en su espíritu cuanto la convierte en germen de real felicidad.

Para que haya Navidad que dé plena felicidad, es preciso, tiernamente emocionados como los pastorcitos de las campiñas de Belén, postrarse “ante el Niño acostado en un pesebre”, acompañado de sus sencillos padres María y José (Lc. 2,16).  A la vez,  ser atentos a las voces celestes que invitan a inmensa alegría, que nos indican que ese Niño es el Mesías esperado por miles de años en la tierra, “el Cristo Señor” (Lc. 2,8-11). Sin ese acto, engrandecedor, de caer de rodillas ante la majestad divina oculta bajo esa encantadora humildad, no habrá Navidad verdaderamente feliz.  

También es preciso llevar ante el Niño del pesebre un alma purificada, alma de niño, despojada de orgullo, de apegos terrenos, con ánimo de dejar todo aquello que nos aparte de Él, con el candor y alegría del tamborilero del bello villancico que entrega a Jesús lo mas preciado, el,  pun pun  de su viejo tambor,  y constata que, ante esa su humilde y cordial ofrenda: “Dios me sonrió”.

Para que haya real alegría necesitamos ubicarnos, conscientemente, en el mundo nadando contra la perenne corriente de egoísmo, de compañas a favor de aclimatación de hábitos humanos contrarios al mensaje que nos envía Dios por medio de su Hijo amado, que no solo de palabra sino con su testimonio, desde la cuna hasta el Calvario, nos muestra el camino de efectiva bienaventuranza. Solo habrá felicidad e íntima alegría cuando no estemos empeñados en cambiar el mundo con exigencias a los demás, sino cada cual empeñado en dar consciente y sacrificadamente su aporte desde su puesto de responsabilidad, grande o pequeño, que le corresponde.

En ese indispensable empeño porque mejore la situación en los distintos pueblos y naciones, de que vengan mejores días para todo lugar del mundo, cómo se necesita espíritu generoso, libre de egoísmos y caprichos en los planes por sacar adelante o de ventajas personales o grupales. También  es necesaria la inteligente, noble y  generosa actitud de oír opiniones distintas, y no buscar obcecadamente el triunfo de lo propio o el provecho de los allegados, y, que conseguidos algunos triunfos no busquemos el anihilamiento de los adversarios, o poner ciegamente fe en los propios líderes con desorbitadas exigencias. Es preciso pensar que la conquista de ideales nuevos  reclama sacrificio y esfuerzo. Bien ha expresado un ilustre Obispo de Venezuela, que, ante la satisfactoria elección de gran mayoría de Diputados opuestos a la tiranía reinante, puso de presente que no hay qué pensar ahora que sean ellos los que lo van a hacer todo, sino una coordinada y democrática labor de todo el pueblo venezolano.

Fe, solidaridad, arrepentimiento sincero de toda falla personal o comunitaria, honestidad plena de gobernantes y gobernados, castigo al delincuente y premio al honesto luchador desde su puesto de responsabilidad, estos son los caminos que llevan a disfrutar de las gracias que trae el  Niño Dios. Así tendremos una Navidad realmente feliz.

No dejemos que estas reflexiones que nos dicta la fe y un inteligente raciocino en busca de anhelada, y por doquiere deseada “felicidad” en esta Navidad, se queden en su enunciación sino con que sean vividas en el alma. ¡Qué gozo tener esta confortante esperanza! Así, avanzaremos a un Nuevo Año feliz.

monlibardoramirez@hotmail.com

Expresidente Tribunal Ecco. Nal