MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Diciembre de 2012

Siguen la mula y el buey

 

Antes de que termine esta preciosa época navideña, marcada por la alegría de la fe y en ese hecho único e inefable de Dios que se hace miembro de la familia humana (Jn. 1,14), es conveniente quitar algunas espinas que, por malas interpretaciones, han estado lacerando en alguna forma los espíritus.

Ya hemos precisado un aspecto de suma importancia como es el de que Jesús sí nació de una joven “virgen desposada con un hombre llamado José” (Lc. 1,27), y, “sin haber mantenido relaciones con él, dio a luz un hijo” (Mt. 1,25), como signo de la nueva época que se abría para la humanidad. Se cumplía lo profetizado por Isaías (7,14) con esa concepción virginal, obra  del  “Espíritu Santo que vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, como lo anuncio el Arcángel (Lc. 1,30). Ante la santidad de María, y la clara profecía de ese prodigio que señalaba la encarnación del Hijo de Dios, creyó San José y se dedicó a ser su fiel custodio y padre legal. Esta gran verdad constatada en las Sagradas Escrituras, en Sínodos y Concilios y en la  enseñanza milenaria de grandes Doctores de la Iglesia, fue destacada por Benedicto XVI en su libro La Infanciade Jesús como algo fundamental de la fe cristiana. y “un signo luminoso de esperanza” (pag. 63).

Fundamental reafirmar esa verdad sobre la concepción virginal del Redentor, y esto regocijó nuestro espíritu para la celebración del nacimiento de Jesús al lado de su Virgen Madre. Pero, junto a ese tema tan trascendental, hubo otro aspecto que laceraba espíritus sencillos, y era la aceptación o no por el Papa Benedicto de la presencia del “buey y el asno” (no se habla de “mula”) al lado del Niño Dios. Hay qué advertir que en el relato de S. Lucas, quien refiere con detalles el propio nacimiento (2,1-20), no habla de la presencia de esos animales en la pesebrera a donde fueron, a “toda prisa”, a adorarlo, los pastores de la comarca avisados por los ángeles (Lc. 2,8-20), y el Papa había hecho esa constatación, años atrás. Pendientes estaban muchos qué diría el Pontífice en su nuevo libro sobre ese aspecto, más preocupados por ese detalle que por los sagrados misterios, adorables y magníficos del nacimiento. Sin leer, siquiera, el texto pontificio se comenzó a difundir la falsa especie de que prohibía colocar en los pesebres esos “seres vivos”, cuya presencia en el pesebre no descarta el Papa y los mira hasta como representantes inocentes de la naturaleza creada, más que tantos humanos enceguecidos por su orgullo y su poderío, ausentes de la adoración a Jesús en su cuna, en su cruz, y en su reinado eterno.

Tomando el texto de lo realmente afirmado por el bondadoso y sapiente maestro Benedicto XVI, tenemos que, en medio de tantas enseñanzas profundas, se refiere, como en “una pequeña divagación”,  a ese aspecto del “buey y el asno” en paginas centrales de su nuevo libro (74 a 77). Con la seriedad y delicadeza que lo caracterizan no escribe el Papa para sacarlos del pesebre de Belén, sino que, por el contrario, trae citas bíblicas (Isaías 1,3; Habacuc 3,2; Ex. 18,20) que podrían hacer referencia a su presencia,  ya que en su hábitat, en su pesebrera, hizo su aparición humana el Hijo del Altísimo, (Lc. 1,35) aclamado por los ángeles (Lc. 2,14), Esa es la verdad de lo dicho por el Papa.

Las anteriores precisiones, en torno de la cuna del Niño Dios, aceptadas con sencillas fe y piedad, nos colocan entre los de “buena voluntad”, sobre los que llegan la paz y la alegría cantada por los ángeles (Lc. 2,14). Así, con María, siempre Virgen, y con la mula y el buey no ausentes del pesebre, continuamos en permanente Feliz Navidad, y en un disfrute feliz del Año Nuevo.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional