Desde hace tiempo viene desarrollándose una metodología que tiene directa relación con la estabilidad del sistema.
Se trata de la movilización violenta no armada (MVNA).
A diferencia de la protesta social que, por naturaleza, está revestida de profunda legitimidad democrática y se halla consagrada en la Constitución, las movilizaciones violentas son una deformación de la participación ciudadana.
Tal como su nombre lo indica, al ser violenta descompone por completo la convivencia y convierte cualquier reivindicación en una acción perversa orientada a someter a otros a los dictados de un interés grupal, o sectorial.
Y lo que es peor, al no estar visiblemente armada, hace que el monopolio legítimo de la fuerza se vea cuestionado sistemáticamente.
Y lo hace porque su objetivo no es otro que paralizar a la Fuerza Pública so pretexto de que tan sólo se trata de la expresión catártica de energías sociales reprimidas.
Por supuesto, esta metodología puede ser desarrollada en contextos urbanos o rurales, se mimetiza en la protesta social y en ocasiones ni siquiera oculta la coreografía que caracteriza a las asonadas.
Puesta en marcha como herramienta sediciosa, o como dosificación de la subversión, la MVNA hace parte de los cordones de seguridad del crimen organizado y está telecontrolada por él.
Asimismo, goza de defensores y promotores intelectuales que, aparentemente independientes, en verdad están asociados a ella para exaltarla, justificarla y animarla, siempre escudados en la tesis de la ausencia del Estado en las áreas más deprimidas del territorio nacional.
Ausencia que -aun siendo innegable por la pusilanimidad de algunos gobiernos-, se enarbola como detonante, pero también como patente de corso para manipular a ciertos núcleos ciudadanos con el fin de que se abalancen sobre las fuerzas del orden.
Se abalancen sobre ellas y las acorralen, buscando neutralizarlas para convertirlas en hazmerreír de propios y extraños, o sea, en entelequias maniatadas sin capacidad para actuar contra las redes organizadas, verdadero origen del problema.
Al ser usados como escudos humanos, los facciosos no necesitan armas para tratar de inmovilizar a las Fuerzas Armadas, siempre bajo la idea de que, así, estas se cohibirán y se autoanularán, como si no conocieran a la perfección la normativa humanitaria, empezando por el principio de distinción.
Lo que pasa es que, no obstante su ingeniosa logística y orquestación, la MVNA es un método inherentemente improductivo y falaz.
Al ser desenmascarado por unas fuerzas del orden que respetan los valores de la democracia, resguardan el orden constitucional y promueven los derechos humanos, sus promotores, ideólogos y ejecutores se estrellan con el poder del Estado.
Un poder que, al conocer perfectamente sus alcances y limitaciones, no se deja caricaturizar, no se repliega, no se intimida.
Antes bien, planta cara al proyecto delincuencial, lo enfrenta pulcra y escrupulosamente para proteger al ciudadano de bien, lo desactiva y lo hace inútil hacia el porvenir, tal como sabiamente lo enseña el conductismo estratégico.