El golpe mortal que acaba de darle el nuevo gobierno al programa Ser pilo paga es un buen indicador acerca de la poca estima que se le tiene en Colombia a la educación. 40.000 estudiantes costaban 700 mil millones y los 50 mil de la Nacional cuestan 1,3 billones medio (datos de Semana): ¿Hay diferencia real en costos? Como quiera que sea, y aunque se vaya a crear otro modelo de financiación que ojalá resulte y sea cierto, el mensaje que queda flotando es que golpear la educación no es grave. Quitarle un peso a lo militar, ni de fundas. Bajarles salario a los congresistas, sí, pero en cinco años. Seguir girando regalías a la loca para que se las tumben pues no importa pues con eso se conserva la clientela. Démosle duro a la educación que, aparte de unas pedreas, nada más se verá de oposición. Esta es nuestra mentalidad.
De manera que demoler un programa de financiación de los mejores estudiantes del país y sumándole a esto los miles de alumnos que pasan hoy en día ocho horas en un aula de clase sin aprender prácticamente nada, pues da como resultado un país muy, pero muy poco educado. Desconsolador en grado sumo. Y esto seguirá llenando las calles de vendedores ambulantes, los cuarteles de personas sin desarrollo intelectual alguno, las veredas de sembradores sin más opción que lo ilegal, los barrios de pandillas que son sobre todo refugio al sinsentido de no tener cómo entrar en verdad a la sociedad. Mientras las personas no estudien en el mundo actual, sus posibilidades de desarrollo, de integración real a la sociedad, de derrotar la pobreza, son mínimas e incluso nulas. Pero la educación importa muy poco en el sentir nacional.
Si el Estado y la iniciativa privada resolvieran, como una especie de prioridad nacional, dar paso y recursos superabundantes, sobre todo a la educación superior, en cosa de unos pocos años, miles de personas en Colombia cambiarían sus precarias condiciones de vida. Eso si además se pone a estudiar a estas nuevas generaciones lo que el país necesita para salir de nuestra eterna mediocridad, como, por ejemplo, ingeniería en todas sus ramas. Porque hay una cantidad de carreras que se ofrecen hoy en día que nunca nos van a sacar ni de pobres ni de perezosos mentalmente.
Y, por otra parte, ya muchos estudios han mostrado que la forma como se distribuyen inmensos recursos del Estado, por ejemplo, en ciertos subsidios, no están produciendo el efecto esperado de sacar a las familias de la pobreza, sino que las ha instalado a muchas de ellas en la cultura asistencial. ¿Si el Estado paga alimentación y transporte, servicios públicos, regala casas, cuál puede ser la razón para ponerse a trabajar?
No acabamos de comprender el valor único de la educación en todos sus niveles. Su presupuesto es la carta comodín de los gobiernos. Cualquiera llega a ser su ministro. Los paros se atraviesan sin importar la suerte de los niños y los jóvenes. Todo lo que pretenda cambiar este estado de cosas es saboteado con cargas de profundidad. Hasta pena da reconocer que la educación sea vista con tan poca estima de parte de la dirigencia nacional. ¿Será que nuestros dirigentes también tienen títulos universitarios falsos al mejor estilo español? Esto explicaría en parte su desdén por lo educativo.