Un hecho llamativo que se ha presentado en los últimos años en Bogotá es de orden espiritual. Se han multiplicado los retiros espirituales y esto ya de por sí y en esta época un poco desquiciada es algo notorio. Pero el tema lo es todavía más cuando alguna persona quiere participar en dichos ejercicios del espíritu y no encuentra cupo, simplemente porque no lo hay. Centenares o quizás miles de hombres y mujeres han acudido a estos fines de semana en los cuales el ambiente está pleno de oración, testimonios, palabra de Dios, celebraciones litúrgicas y de otro carácter. Y hay muchísimas personas haciendo cola para darse esa oportunidad de encontrarse con Dios, consigo mismas, con la realidad de sus prójimos y siempre con el deseo de avivar la fe y la esperanza.
Y es que precisamente el tema de fondo es ese como sinsentido que ha tocado la vida de nuestra época y que ha hecho de la existencia de infinidad de personas una realidad más o menos gelatinosa, que amenaza ruina o que ya se arruinó. Como los retiros espirituales actuales tienen un componente testimonial muy fuerte, allí hace erupción todo el desastre del modelo de vida actual, que se ha llevado por delante todo lo imaginable. Es un modelo que arrasó la relación con Dios, que ha concentrado al ser humano sobre sí mismo en una manifestación de egoísmo narcisista quizás nunca antes visto. Modelo que ha bombardeado con armas nucleares toda relación estable de carácter matrimonial o de noviazgo serio. Esquema de vida que lo único que propone es gozar y gozar hasta el hastío y este se ha hecho presente con toda su fuerza nociva. Ni qué decir del caos de la vida íntima actual, de la soledad de la gente, del miedo que se provoca a diario desde los ámbitos del poder legal e ilegal sobre toda la comunidad colombiana. Y mucho, mucho más.
Así las cosas, los retiros espirituales aparecen como un oasis en el desierto. No son conferencias para vivir mejor, no es venta de folletos de cómo ser feliz, no hay personas determinadas para rendirles culto y comprar sus publicaciones. Es un ejercicio en el cual la persona se abre de lleno a Dios, le presenta su vida sin ocultarle nada y se dispone a dejarse tocar por su mano misericordiosa. Y las historias, que ya se cuentan por miles, de curación, de fortalecimiento, de cambio, son, allí en ese ambiente, cosa de todos los días, sin que por ello pierdan su potencia y novedad.
Quizás lo más importante que sucede en estos encuentros tenga un orden de importancia: reencuentro con Dios (y un poco de ira con quienes nos lo han ocultado), reencuentro con uno mismo luego de andar perdido, pero haciendo cara de felicidad (y un poco de ira con quienes nos engañaron), reencuentro con los demás y con el sentido real de la vida (y un poco de ira por haber perdido tanto tiempo creyéndole al mundo sus tonterías). Después vienen cambios sustanciales en la vida personal. Seguramente habrá que ampliar los cupos porque sospecho que mucha gente quisiera no estar donde está y sí estar en el oasis de la fe.