No se puede tapar el sol con las manos. En este caso, el sol es la inmensidad de personas de nuestro país -y del mundo- que viven en condiciones muy precarias. Ahora, con ocasión de la cuarentena, esta realidad ha salido a la superficie de manera contundente. Entre las distintas sugerencias interesantes e inteligentes que se hacen para abrirle camino de bienestar definitivo a esta población, se encuentra la de la renta básica. Un tema complejo, pero que bien vale la pena estudiarlo para ver si contiene soluciones reales. Su idea básica es que todo ciudadano, cuando por sus medios no pueda lograr lo mínimo necesario para vivir bien, recibirá del Estado una renta que le supla esa deficiencia. No puede ser una suma de $80.000, $100.000, $350.000, pues con eso nadie vive decentemente. Tiene que ser, en cifras actuales, algo muy superior. Y, esto, multiplicado por miles, da unas millonadas que asustan. Pero ahí está la calve: no hay asustarse.
Al proponer este tema, especialmente en Colombia, veo que muchos analistas entran en pánico. Aparentemente por razones económicas: ¿de dónde va a salir ese dinero? Pregunta justificada desde todo punto de vista. Pero pienso que a ratos les asusta más el que toda la gente, no unos cuantos, lleguen a vivir bien, que todos puedan hablar mirando a los ojos, que todos tengan la oportunidad de escoger lo que quieren en la vida pues tienen medios para hacerlo, que desaparezca todo un grupo poblacional que no hace sino obedecer y aguantar porque no tiene otra forma para subsistir. Cuando las personas tienen asegurados los medios económicos para vivir bien, ganan en autonomía, en sentido de sus derechos, se sube su autoestima, piensan por sí mismos, etc. Y todo esto puede ser incómodo para quienes siguen teniendo una idea vertical de la sociedad.
Creo que vale la pena y es necesario que en Colombia hagamos el ejercicio de pensar con ilusión y perseguir con empeño la meta de que nadie pase hambre, nadie carezca de techo, ni de educación y salud. Los primeros beneficiados de esta situación serían los ricos, a los cuales ya no miraría con sospecha tanta gente. Pero el tema es poner dinero en las manos de todos los colombianos que no lo han logrado por sus propios medios. Aunque habrá vividores que se instalarán en la vagancia, la gran mayoría de personas seguramente lo que hará es mejorar su forma de vida. Ese es el propósito.
Yo no creo que no haya de dónde sacar plata. Ahora, en emergencia, el dinero ha aparecido y por billones. Nuestros hacendistas han sido prudentes y racionales en el manejo del dinero público. Les falta una dosis más alta de riesgo sano para impactar más positivamente a los más pobres. La clave: dinero en la mano: no tantos bonos, ni subsidios, ni suscripciones. Dinero contante y sonante, como si la gente fuera adulta, no niños incapaces de resolver sus retos. Entre los muchos miedos que gobiernan la vida en Colombia, uno tiene que ver con aceptar que todos somos iguales y por tanto deberíamos vivir igualmente bien. La pandemia puede ser la ocasión para romper paradigmas de desigualdad que algunos creen que son mandato divino. En la Biblia se repite muchísimas veces: “no tengan miedo”. No aplican restricciones.