Es sabido y bien documentado que los indígenas en general, desde los Mapuches, Charrúas (que entre otras significa “tumultosos”, “revoltosos”, “destructores”, hasta los Mayas, Mexicas, Aztecas rehuían a trabajar. Así como su adicción por la bebida para poder estar embriagados y fuera de sí la mayoría del tiempo.
Relatan varias fuentes que era usual entre los hombres de varias de esas tribus ancestrales escaparse por varios días y desaparecerse para entregarse a la embriaguez dejando mujeres e hijos abandonados, sin alimentos y sin “criar” en sus precarios bohíos. ¿Suena familiar? Uno de esos tuvo como 500 hijos… Relata el padre Eder quien fuera misionero en el Perú en la “Descripción de las Provincias de los Mojos en el Reino del Perú” por ejemplo que lo grave no era que se emborracharan… sino las consecuencias de esas borracheras que los hacían ejecutar actos barbáricos alterando el orden social y abandonar a sus familias masivamente debido a su estado beodo permanente.
Esto sumado a la barbarie, prácticas antropófagas “civilizadas” (es decir repartir las partes del cadáver “organizadamente”), injusticia social, prácticas discriminatorias mediante la marcada división de castas, sacrificios humanos especialmente de niños comprados por los “caciques” para ofrecerlos al Sol… así como la sodomía y la endogamia como bien lo relata el historiador argentino Cristian Iturralde o el español Javier Esparza en especial sobre los asentamientos indígenas Chibchas en Bogotá.
O su pasión por el maltrato infantil sometiendo a los niños al abuso deformando sus cráneos (comprimiendo la frente de los menores hasta los tres años o hasta que se deformara) supuestamente por una razón estética o religiosa, aunque esto haya sido traído por indígenas provenientes de Asia y fue practicada en todo el mundo. O la reserva de la educación para los “jerarcas” como bien se relata en el caso de Topac Inca Topanqui quien decía “El saber no se hizo para el pueblo, sino para los de sangre ilustre” hecho confirmado por el inca Garcilaso de la Vega: “No es lícito que enseñen a los hijos de los plebeyos, las ciencias que pertenecen a los generosos … Gobernar no es de plebeyos”. O su amor por el colectivismo, las restricciones a la propiedad privada, a la libertad y en eso no se diferenciaron en nada al régimen de Lenin, Cuba o Venezuela. O el delirio por la guerra, la crueldad humana y la necesidad de mantener un estado bélico permanente. O el maltrato a la mujer quien no era más que una cosa.
¿Será por esto que los progres históricos y los melancólicos petristes añoran tanto los “saberes ancestrales”?… ¿Y explicará también los comportamientos contemporáneos de sus líderes?
Y sí que siguen practicando saberes ancestrales… deformando cerebros inoculando el socialismo, colectivismo, ideologías de género y demás estupideces… y tomando trago, drogándose y dejando hijos sin criar.
Razón tiene el médico colombiano Montoya y Flórez, experto en cráneos (cerebros) deformados, en establecer una relación de causalidad entre ésto y el idiotismo, imbecilidad y demencia. Todos rasgos muy comunes –casualmente- entre nuestros “lideres”
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