Colombia, pujante en muchos sentidos, tiene la única élite política del hemisferio incapaz de crear un estado incluyente. Una parte de su población ha permanecido alzada en armas contra ella. Y cuando un movimiento populista logró una victoria en las urnas en 1970, se le hizo fraude según lo confesó el propio ministro de la política del gobierno de Carlos Lleras, cuya reforma agraria fracasó.
Desde entonces esa élite se dividió en cuanto a negar o reconocer que existiera un conflicto interior. La que lo reconocía fue tachada de traidora por un caudillo quien ha gravitado durante este siglo, concentrando la riqueza, imponiendo a la chita callando la pena de muerte, y aupando por decreto a los militares, a que la aplicaran para probar su “eficiencia” matando “terroristas”. Ese caudillo cuando hablaba contra las Farc no pronunciaba la C, es decir negaba que fueran colombianos. Así se produjo el peor genocidio de más de seis mil cuatrocientos inocentes, que recibe el eufemismo de “falsos positivos.”
Pero se ha iniciado una nueva era, y no sabemos en qué devendrá. Lo cierto es que no será ya más de lo mismo. Las Farc han entregado las armas y durante el actual gobierno Duque-Uribe se han asesinado a 300 de ellos desarmados y a mansalva. Es decir, el estado no ha sido moralmente superior a esos bandidos.
Ahora esa extrema derecha ante la derrota electoral apabullante de Petro, sumada a la acusadora de Hernández contra la corrupción, empieza a barruntar que Colombia está dividida, que la nación sufre un conflicto interior. Ahora le corresponde a Petro demostrar que puede forjar, aunque sea a la larga, un estado incluyente. Sin eso, su triunfo electoral será pírrico.
Él demostró ser un excelente senador denunciando, un regular alcalde administrando, pero su temperamento no resume cordialidad. Su movimiento tiende a ser un comunitarismo con resentimiento. Es decir, corre el riesgo de ser el espejo negro y simétrico del odio destilado por tanto tiempo por el uribismo.
Colombia es más compleja que Bogotá. Las fuerzas armadas defienden la Constitución, no tiene una mayoría en el Congreso. Petro puede ser un interlocutor válido para negociar con las guerrillas, pero los paramilitares afines al narcotráfico siguen siendo sostenidos no por Cuba o Venezuela sino por Estados Unidos que está “en modo adicto”.
Los empresarios lo miran con aprehensión, ellos saben que prometer riqueza es más fácil que hacerla. Y lo que supone en riesgos y esfuerzos el ser un empresario.
Y si bien siguen entrando capitales importantes al país, nada es más cobarde que un dólar. Cualquier intención de alinearse con Maduro, Ortega, o de salirse de los tratados internacionales vigentes puede dar al traste con todos sus discursos. La “izquierda” sea esa denominación lo que sea, tiene ahora al ejecutivo lo que no es poca cosa en una república presidencialista. Pero no tiene todo el poder. Colombia mal que bien tiene instituciones estatales sólidas, tal como lo demostró de sobra la última elección.