Cuando hace diez años me sorprendí con el libro de José Eduardo Agualusa, “El Vendedor de Pasados,” consideré el tema novedoso, finalizada la guerra en Angola, un negro albino, Félix Ventura, escoge el extraño oficio de vendedor de pasados falsos, sus clientes son empresarios, políticos, militares, miembros de la emergente burguesía a quienes les hace falta un pasado presentable, para eso está Félix, de pronto llega en la noche un misterioso extranjero en busca de la identidad auténtica de angoleño respetable, empieza la reflexión sobre los equívocos de la memoria, acerca de cómo podemos recordar hechos que nunca sucedieron y olvidar lo acontecido. Es novela dedicada a Jorge Luis Borges, recuerdo lo referente a los brasileños blancos en su país que resultaron negros en Estados Unidos y a los negros norteamericanos que en África no pudieron entrar a ceremonias religiosas porque eran blancos.
La obra me pareció ingeniosa, producto de la imaginación de un escritor africano que, por cierto, ocupa puesto destacado en la literatura de ese continente. Con el paso del tiempo veo las cosas de manera distinta. Todos los días me llegan, directa o indirectamente, vendedores de pasados que alteran hechos, elevan a la categoría de héroes a cobardes, vuelven buenos a los malos, cultos a los ignorantes, respetables hombres de negocios a ladrones, estadistas a funcionarios incompetentes. El Papa Francisco en su reciente visita a Colombia pidió: ¡No se dejen robar la alegría! Yo añadiría ¡No se dejen deformar el pasado!
Con la pérdida de credibilidad de la clase dirigente, sin partidos que aglutinen, aparecen interesados en alterar las causas de la violencia, en confundir víctimas con victimarios, en borrar culpas, en otorgar valores espurios, en facilitar abusos, disfrute de privilegios y prebendas, en la repetición de errores.
La memoria se manipula aprovechando la ignorancia, inexactitudes hacen carrera, por ejemplo que la toma del palacio de Justicia en noviembre de 1985 fue responsabilidad del presidente de la República en ese tiempo, no de los insurgentes con la colaboración del narcotráfico. Se repite: La democracia funciona, la meritocracia es realidad, existe separación de las ramas del poder, no hay desbordamiento del gasto público, es positivo regresar a la Haya a exponer el mar con más sentencias contrarias a la Constitución, -se omite por la cancillería que el jefe de Estado impartió la instrucción de no regresar a la Corte Internacional de Justicia-, la corrupción es fenómeno aislado, la educación sobresale, el empleo crece, la sociedad es igualitaria, los ciudadanos vivimos felices y en paz. Tales apreciaciones toman fuerza, los vendedores de pasados se mueven, no son ficción. ¡Ojo con ellos!