Es un deporte más universal que el fútbol. Para notarlo basta con leer la prensa de hace poco y compararla con lo que en realidad ocurrió. Si se trata de un conflicto armado, la pifia de los diagnósticos es mayor. ¿Quién previó que, de la invasión de la URSS a Afganistán, se derivaría el colapso de esa hegemonía? ¿O que tras la invasión de Estados Unidos al mismo país esa potencia fuese expulsada de forma lánguida y dolorosa?
El teórico de la milicia von Clausewitz decía en su tratado sobre la guerra, que ésta por excelencia es el reino de lo imprevisible. Igual es el de la paz. Las proyecciones sobre el futuro son presunciones en el doble sentido que tiene la palabra presumir.
Los prudentes augures antiguos, cuando eran consultados, utilizaban el doble sentido de las palabras para no desacreditar su sapiencia. Si les preguntaban por el resultado de una guerra entre dos imperios, respondían que uno de los dos monarcas perdería su imperio. Si el conflicto era entre dos cesares romanos contestaban que perdería el enemigo de Roma…
Guardadas las proporciones el caso colombiano es complejo. Si se escucha en reuniones privadas de personas influyentes, de los dos bandos en conflicto, solo se nota una gran confusión en ellas y en uno. Es inútil presumir. Es vano hacer cálculos sobre sumas y restas.
Y la realidad desborda los esquemas, ella no tiene que ser coherente ni creíble. Le basta con ser realidad.
Algunos creen que ese futbol electoral que se avecina terminará en lo mismo sin que cambie casi nada. Que el establecimiento con cierta dosis de ampliación del miedo volverá a ganar como lo ha venido haciendo. Pero ¿qué hicieron con sus mayorías de ayer? ¿Por qué no evitaron la actual disyuntiva?
Perdieron la iniciativa tras veinte años de caudillismo de una sola persona. Los problemas sociales, amén de crímenes, clientelismo y la corrupción acumulados, no permiten que el resultado (cualquiera que sea) impida un cambio del juego mismo. Y las personas meritorias son poco conocidas.
Las estadísticas, pertenecen al reino probabilístico de la campana de Gauss, no a la improbabilidad de lo caótico. En ese caos hay demasiados cisnes negros que pueden o pueden no aparecer. Lo que ciertamente se percibe es la perplejidad de las figuras del establecimiento, su desgaste, su falta de imaginación. Se trasluce su falta de credibilidad, y el auge de una actitud comunitaria con resentimiento, que es otra palabra por populismo, sobre todo en la capital del país.
Cuando el costo de los alimentos se ha disparado, los aleluyas a las bondades del establecimiento parecen cosas de mofa. Y las buenas noticias, para los banqueros beneficiados, suenan como cañonazos.
Sí, la complejidad colombiana, abarca en sí misma al mundo actual: las guerrillas de los años 60, y el conflicto de los adictos occidentales en el siglo XXI. Dos guerras en una, pero ahora la primera ya está además subsidiada por Estados Unidos.