Orar, meditar, contemplar | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Octubre de 2018

La lucha contra el famoso estrés es variopinta. Unos dan la pelea con el ejercicio físico, a veces, hasta morir en el intento. Otros, se han armado de toda clase de asesores para relajar la mente y dar con un yo que estaba como embolatado. El problema es que a veces el asesor trabaja junto al río Indo y esto encarece las cosas, pero se las arreglan para llegar allí. Unos han optado por las goticas y entonces viven de gotero en gotero, o sea, gotereros. Hay un grupo que se sumerge en los bosques y me cuentan que hasta abrazan los árboles -deberían contarle al alcalde-. Los menos filosóficos se quedan metidos en la cama, prenden el televisor y ven una serie hasta que le sepa a cacho y duermen. Como quien dice, la pelea es peleando y la gente se da mañanas para tener un poco de paz.

Pero no se nos deberían olvidar los métodos más antiguos y sabios de la humanidad: orar, meditar, contemplar.  Obviamente que estas tres actividades superiores del alma no fueron diseñadas exactamente para espantar el estrés, pero sí para llenar el alma de realidades que den paz, confianza y sentido de la Providencia divina, sin la cual el estrés no cede nunca, pero nunca es nunca. Y las tres están al alcance de todas las personas. Orar es ponerse en presencia de Dios, meditar es abrirse a lo que de Él viene y contemplar es admirarse del ser y la obra del Creador. Sin embargo, no se debe omitir una advertencia: las tres actividades del alma son tan exigentes como cualquiera de las actividades más sublimes de la vida humana espiritual, del orden, del amor. No se llega a ser orante o gran meditador o profundo contemplativo en un abrir y cerrar de ojos. Se requiere una práctica constante, ininterrumpida, perseverante, tenaz y desprendida de las limitaciones del tiempo y el espacio.

Hoy en día ya se oye hablar de que quizás deberíamos trabajar un poco menos para dar cabida a otras dimensiones de la vida humana. La espiritual ha sido en buena parte una de las sacrificadas en el sistema actual de vida. ¿Tiempo para orar? ¿Tiempo para reflexionar? ¿Tiempo para meditar? Es más: ¿lugares para hacerlo? Nos han llenado de gimnasios, de parques, de zonas húmedas, de bares y casinos, pero el espacio para la vida espiritual, más allá de los templos, quizás sea hoy escaso. Los arquitectos olvidaron los oratorios, los urbanizadores los lotes para lo sagrado, los planificadores urbanos el campo para ejercitar el espíritu.  Todo es para el cuerpo y nada para el alma. La civilización que esté por venir deberá tomarse en serio la dimensión espiritual de la vida humana o correrá el riesgo de ser una comunidad de orates sin remedio. La diferencia entre el ser humano con vida espiritual y el que no la tiene puede ser en últimas lo que definirá si la vida se conserva en el tiempo o no.