Un mundo raro
Por qué será que los organismos internacionales encienden las alarmas y salen a apagar los incendios que prenden los malos manejos del endeudamiento global, pero poco hacen frente a peores dramas como la desigualdad, la pobreza, el desempleo y la concentración de la propiedad.
Los países ricos por sí solos se han metido en el meollo de la crisis financiera mundial, y solos, deben afrontar su suerte. Es igual que un Estado subsidiando a la gran empresa. El asistencialismo no cabe hoy en la cabeza de sistemas modernos, aunque hay excepciones, tales como tenderles la mano a microempresarios o emprendedores. No más.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el BID, deben poner en su sitio la dimensión de la actual tormenta de mercados y bolsas por culpa exclusiva de gobernantes que hicieron lo que les vino en gana con los presupuestos de sus encopetadas naciones.
Con la misma ansiedad con que propios y extraños asumen salidas a la recesión que ya se siente en la zona euro, deberían poner los ojos sobre los desequilibrios estructurales que siguen alimentando desigualdad y falta de oportunidades para el grueso de la población mundial, asociadas ellas con mayor desocupación, pobreza en los hogares, inseguridad, violencia y delincuencia.
La tormenta monetaria sacude el barco de la economía europea, en tanto que las aguas se agitan contra EE.UU. Los gobiernos y jefes de Estado buscan salidas inmediatas que eviten la quiebra de sus economías y la bancarrota de sus sistemas de pago. Sin embargo, antes de la oscura noche, ninguno de ellos vio necesario recomponer el tejido social de sociedades sumergidas en hambruna permanente en India y África, pobreza de inmigrantes en Asia y Europa y falta de acceso a la salud y la educación en América Latina.
Se pone el grito en el cielo porque a los responsables de la crisis les está yendo mal, pero no se procede con el mismo vigor cuando las mayorías reclaman sus derechos vulnerados, sometidos generalmente por gobiernos insensibles que no reconocen el estado crítico de sus economías y cuya única premisa es mantenerse en el poder, aunque a sus gentes les vaya mal. Venezuela es así.
Los griegos, italianos, portugueses, españoles, ingleses, alemanes y norteamericanos deberían buscar escapes a sus crisis contando con sus propias armas financieras. Pero no, quieren que vayan a su rescate, convencidos de que si enmiendan lo que ya hicieron, sus economías quedan a flote. ¿Y el otro naufragio? ¿El de los pobres qué? ¿Quién le para bolas a la crisis de los pobres? Qué mundo raro.