Paz y educación
Lo que se sembró ayer es lo que cosechamos hoy. Lo que hagamos hoy, si nos convertimos en auténticos educadores para la paz, servirá para que mañana guarden silencio los cañones y para que sea posible un mundo más justo, desde la verdad y el amor.
En cierto sentido, esas son algunas de las claves del Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2012), firmado por Benedicto XVI el 8 de diciembre de 2011 y hecho público el 16 de diciembre.
Tras la introducción, el documento entra de lleno en el tema de la educación y su función para la paz. En la experiencia educativa se encuentran dos libertades, la del educador y la del educando, el cual está llamado a darse a sí mismo y a ser, sobre todo, testigo. Un auténtico educador no puede limitarse a ofrecer reglas o conocimientos, sino que tiene que ser “el primero en vivir el camino que propone”.
El primer lugar educativo es la familia. El Papa no cierra los ojos a los muchos peligros que amenazan a esta institución básica de la vida social. Superando los inconvenientes de un ritmo de vida frenético, los padres necesitan hacerse presentes en sus hogares, para transmitir a los hijos sus experiencias, su sabiduría.
Luego el Papa habla sobre los medios de comunicación social: no se limitan a informar, sino que también forman, por lo que desempeñan una labor importante en el ámbito educativo.
En concreto, es necesario reconocer una verdad irrenunciable, la que se refiere al ser humano. Reconocer el origen en Dios hace posible la aceptación de la dignidad propia y la de los demás, así como el reconocimiento de la inviolabilidad de toda persona humana.
La libertad unida a la verdad lleva al respeto y está íntimamente relacionada con una serie de elementos esenciales para la promoción de la paz; en concreto, los siguientes: “la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio” (Mensaje, n. 3).
La parte final del documento es una invitación a la fe, a la oración, a la esperanza que reconoce que el amor puede salvar al mundo.
En el último párrafo, Benedicto XVI se dirige a todos, sin dejar de mirar a los jóvenes: “La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz” (Mensaje, n. 6).
El Mensaje, en su conjunto, ofrece una mirada de esperanza, al mismo tiempo que invita al compromiso. No deja de lado las dificultades, pero las afronta desde una visión de fe, con la que es posible proponer retos exigentes, también cuando hay que sacrificarse e ir contracorriente (cf. Mensaje, n. 5). /Fuente: Catholic.net