Me desagrada leer o escuchar con frecuencia que el presidente de la República o un gobernador o alcalde o ministro está participando en política, como si eso fuera algo indebido o inaceptable en una democracia. Y en algunas ocasiones he expresado mi desacuerdo con la utilización de ese concepto para criticar a las autoridades públicas. Recientemente, el presidente Petro planteó la conveniencia de que los 13 partidos de izquierda que conformaron el pacto histórico, ahora gobernante, se unieran para así contar con una estrategia que haga viable un mejor desempeño electoral de las diferentes fuerzas de izquierda en las elecciones de 2026 y, supongo, en la siguientes.
Si algún legado político se espera del gobierno de Gustavo Petro es, precisamente, el de que como resultado de su gestión durante estos cuatro años la izquierda quede consolidada como una alternativa viable de gobierno, tal como ocurre en buena parte de los países democráticos.
Criticar como participación indebida en política esta propuesta del Presidente me parece que es una afirmación resultado de una muy equivocada concepción de la vida política y del concepto mismo de política. Hasta los silencios del Presidente constituyen una participación en política. Y ello es evidente. Por ejemplo, la no condenación de los actos terroristas del grupo Hamas ha sido un silencio que continúa siendo criticado y condenado, inclusive, en la última entrevista que ha otorgado el embajador interino de los Estados Unidos en Bogotá. Lo propio ocurre con el silencio del Presidente o de la Cancillería o de los partidos políticos o de los gremios con respecto a los planteamientos públicos del Presidente Maduro sobre la región del Esequibo en la Guyana. Y así podría mencionar muchos silencios. Y por ello se paga un precio político.
Es como el tema de los abstencionistas. Quienes no votan en las elecciones, en ocasiones el 50% o más, dicen que no participan en política. Que no les gusta. Pero ellos son mucho más responsables del resultado electoral que los que votan en las elecciones. Gracias a su abstención políticos indeseables son elegidos. Y después se quejan estos abstencionistas. Pero son los principales responsables. Si ellos votaran en favor de candidatos loables, con trayectorias respetables, la situación sería completamente diferente.
La participación en política es de la esencia en una democracia. Sería absurdo limitar esa participación a los que están ejerciendo funciones eminentemente políticas. Lo que corresponde es que esa ciudadanía que se viene discutiendo desde los griegos y romanos en la época clásica se ejerza eficazmente por parte de todos los ciudadanos, de los gremios, de las asociaciones profesionales etc.
Las leyes sobre participación en política son recientes y responden a un concepto nuevo que es el de la democracia participativa. Planteamiento que busca una mayor interacción del ciudadano con la vida colectiva, pública y privada. Es así como se ha incrementado la participación de los ciudadanos en las decisiones públicas en el Congreso, inclusive en las propias Cortes, en las universidades, en los colegios. Los gobiernos anuncian con anticipación algunas decisiones que se hacen públicas para recibir comentarios. Y lo propio se hace con nombramientos en cargos importantes.
Vivimos otro tipo de sociedad de la que conocieron nuestros padres o nuestros abuelos. Pero lo importante es lo que los griegos llamaban la isonomía, o sea, que todos nos regimos por las mismas leyes, obedecemos las mismas leyes, gozamos de los mismos derechos y participamos, por igual, con nuestras opiniones, con nuestro voto, en diversos momentos de la formulación de decisiones públicas. Mientras mejor y más atentos ciudadanos seamos mucho mejor será la democracia y, por lo tanto, la formulación de las políticas y de las decisiones que a todos nos conciernen.