Un levantamiento indígena puso en peligro las guarniciones británicas al oeste de las montañas de Allegheny. Sir Jeffrey Amherst, comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte, escribió al coronel Henry Bouquet de Fort Pitt: “Hará bien en tratar de inocular a los indios (de viruela) por medio de mantas, así como en probar cualquier otro método que puede servir para extirpar esta execrable raza”.
En el mes de junio de ese año de 1763, uno de los comerciantes que hizo el mandado escribió en su diario: “Espero que tenga el efecto deseado”.
En 1837 (según Helen Hunt, Ward Churchill) el ejército de Estados Unidos distribuyó mantas a la tribu de indios Mandan, reunidos en Fort Clark en la actual Dakota del Norte, tomadas de un hospital militar en St. Louis en cuarentena por viruela.
Cuando los indios mostraron los síntomas, el cirujano aconsejó a los acampados buscar “refugio” en los pueblos de los parientes sanos. Los Mandan fueron prácticamente exterminados, así como tantas otras tribus.
Para no convertir esto en una romería del santo reproche, acudamos a las cifras. Al comenzar el siglo XX quedaban vivos 237 mil indígenas de los doce millones que poblaban Norteamérica en el siglo XVI.
Ninguna tribu pudo conservar sus tierras ancestrales. Y todavía en 1950 a los niños indígenas los internaban lejos de sus familias para “civilizarlos”.
De modo que el fenómeno actual de USA no se puede reducir al mercurial míster Trump, ni se curará con su deseable derrota. El KKK fue primero demócrata y luego republicano vale decir hizo parte de ambos partidos.
El racismo es una pulsión teocéntrica universal opuesta a esa otra pulsión que es la erótica. Y cuando predomina la pulsión erótica se produce el lentísimo mestizaje que mitiga el racismo. Como lo logró el imperio Romano y el Español.
En cambio, el puritanismo no percibe en sí mismo esas pulsaciones contradictorias. Sufre la incapacidad de reconocer en su propia carne, la simultaneidad de dos actitudes antagónicas. Y al repugnarle el mestizaje deja intacta la pulsión agresora contra lo que siente diferente.
U.S.A. demoniza a su adversario, no le basta con matarlo como hace aún hoy en el medio oriente. Pues no puede aceptar ni la sombra de su codicia. Y pide al resto del mundo que los apoye en sus guerras con el lema, “síganme los buenos”.
Su adicción a los alucinógenos cree resolverlo fumigando selvas lejanas. Y los responsables de su íntimo vicio son los colombianos, los mexicanos… que, está claro, los corrompen.
El carácter puritano, adicto, es muy singular: maltrata a sus proveedores. Declara criminal a quien cumple su mercantil anhelo del que, empero, no puede prescindir. Y teme enfrentar su pasado sin culpar a terceros. Su discurso dominante se escuda con pedantería en la “corrección política” para no hacerlo. Y esa corrección es apenas otra faceta más de su falencia íntima, por ser también la pedantería una incapacidad de romper con las formas.