Nos emociona la llegada del Papa a Colombia. La importancia de revivir la tradición católica de los ciudadanos y conocer el primer Papa de origen latinoamericano es, por supuesto, un motivo de optimismo para la Nación. Sobre todo en estas horas que lo requerimos tanto. Llega el Papa a un país en crisis que han dejado casi ocho años de este Gobierno. Ya nadie confía en las instituciones, sometidas al despotismo ilustrado que Santos ha hecho, aún en contra de las decisiones democráticas de la mayoría. Y todo ello agravado por la crisis económica que nos golpea.
La crisis moral que atraviesa la nación es el asunto que habría que encomendarle al Santo Padre: Que le pida a Dios que nos ilumine para poder operar un sistema de justicia que imponga sanciones a los corruptos y a los violentos; y una sociedad que valore el esfuerzo, el trabajo y la bondad; unos ciudadanos con lazos de fraternidad para dar y para exigir.
Colombia no puede continuar por la senda de la tergiversación de los valores morales. La cultura de lo ilegal parece dominarnos. Lo ilegal, el crimen, no parece algo tan malo que concrete en rechazo individual y colectivo. Lo ilegal es tan aceptado que se ha convertido en una vía para diversos propósitos: unos económicos, otros dizque políticos, otros lo llaman oportunidades, en fin; creemos colectivamente que la ilegalidad es tan solo un resquicio, que violentar la ley es un tema coyuntural; que se justifica en la inoperancia del Estado, en la injusticia, en la falta de equidad, en la pobreza... Son también infinitas las justificaciones.
En realidad nuestra cultura de la ilegalidad tiene como consecuencia el daño de todo el sistema social e institucional. Es la falta de respeto por el colectivo en el que vivimos; con aquellos que sí cumplen las normas: Es colarse en la fila, es hacer trampa, se aprovecharse de los otros, es obtener lo que no se merece.
Lo más grave es que como sociedad parecernos conformes con el crimen. No rechazamos con contundencia al criminal. Un corrupto que se alza con el patrimonio público sabe que podrá disfrutar ese dinero -no solo por la inoperancia de la justicia- sino y sobre todo, porque la sociedad lo valora más rico, que pobre; aunque el dinero sea robado. El narcotráfico es otra de sus manifestaciones; se comete el crimen para llegar a grandes logros económicos con poco trabajo. El rechazo social es bajo. Se asesina y se comete terrorismo con propósitos políticos y el rechazo social es tan insignificante que incluso se acepta que se les otorgue a los criminales prebendas que no habrían tenido desde la legalidad.
Que la visita del Papa sea una invitación a los colombianos a volver a los valores fundantes de la moralidad. Dios es la fuente del amor y de la justicia. La misericordia de Dios no equivale a decir que lo malo es bueno, es una manifestación fidedigna de que hay cosas que deben ser rechazadas, y que Dios en el juicio final nos juzgará a todos.