Plenitud (II) | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Enero de 2021

Difícilmente podemos olvidar el triste espectáculo de miles y miles de mujeres argentinas, celebrando la legalización del asesinato de niños no nacidos. Se trató de desconocer la dignidad de estos pequeñitos, que -desde la fecundación- son seres humanos indefensos. Se desconoció el Juramento Hipocrático, originado desde el siglo V a. C. de no asesinar a los no nacidos.

Se trata de fomentar la venta de órganos de los niños asesinados antes de nacer (entre otros negocios sucios). Los medios ganaron esta batalla, sin pena ni gloria. Sin ponderar las consecuencias para la humanidad de ese esperpento jurídico y moral. Y, además de desconocer a las víctimas eliminaron los principios, los valores, las virtudes, el bien común, la antropología, la historia, la solidaridad, la familia.

Pisotearon la plenitud que le puede dar sentido pleno a sus vidas desordenadas, considerando que solo en el más allá puede estar el fundamento y la plenitud de los grandes bienes, que aquí solo se insinúan. Pisotearon lo justo, el bien, además de la vida, apostando por la muerte, como solución definitiva. Se trata, esencialmente, de la plenitud: siendo que sin un más allá que concentre el valor y la plenitud del mundo, no pueden darse en vida los grandes valores, en consideración a que en la vida no hay lugar para el bien definitivo: Ser, Verdad, Bondad, Belleza, Amor, Justicia, solo podrán darse como experiencias efímeras de estos valores.

Resulta que el hombre, siendo un ser personal, aspira a una plenitud con valores personales, pero, si no hay trascendencia -al más allá-, la plenitud no se puede dar, no existe. De igual manera que decir que existe la Verdad, la Justicia, el Amor, la Belleza, es decir que existe el Ser, es decir que existe Dios.

Lo mismo sucede con la salvación eterna, que requiere, a la vez, una instancia moral más allá del mundo, y un poder capaz de obrar en el mundo. Si no, lo que sucede en este mundo, no tiene sentido. Porque todo hombre es limitado, como también los poderes sociales. No pueden responder, ni personal ni colectivamente, a la demanda de salvación. Solo pueden ofrecer chispazos de plenitud.

Las preguntas por el sentido, por la plenitud y por la salvación son preguntas que solo pueden tener una respuesta religiosa. Estas no pueden resolverse desde el ámbito de la ciencia, ni de la filosofía. En razón a que, tanto la ciencia como la filosofía -de distintas formas y en distintos niveles- se limitan a describir la realidad que tenemos. Pero si la realidad tiene algún sentido especialmente profundo y está dominada por algún tipo de personalidad o de inteligencia, nada podemos saber si este no nos lo manifiesta su intimidad. La religión trata precisamente de introducirse en la trascendencia y establece una relación.

Así, el concepto normal de Dios que maneja occidente es un Dios personal, creador, que conoce y ama, que interviene en el mundo, que es moral, bueno y justo, que sabe perdonar y que ama la justicia, que retribuye según las obras, que salva al hombre y que ha querido estar cerca.

Fuente: Juan Luis Lorda, Humanismo