Plenitud (III) | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Enero de 2021

¿Cómo entender la confusión de algunos “católicos” que creen que el discurso de Jesucristo puede ser interpretado al gusto de cada uno, siendo que -durante dos mil años- sabios y santos han apostado por la palabra original de Jesucristo? Cuando incontables fieles, en todo el mundo, nos han mostrado a Jesús con su vida, dejando huella: “Amando al mundo apasionadamente”.

Conviene recordar que el cristianismo está tipificado desde el Antiguo Testamento, describiéndolo como entendían a Dios, su “trascendencia” y la “incognoscibilidad”: entendían a Dios parcialmente.  Mientras que la misión de Jesucristo en el tiempo revela a Dios plenamente, en razón de que Él viene de Dios Padre: así, el cristiano puede estar seguro de seguir y fortalecerse en la verdad de Dios, con el sacrificio de Jesucristo, según la revelación de las Escrituras, desde siempre: A Dios nadie lo ha visto, nunca: no obstante, el Unigénito (Jesús), que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado”.

Este es el núcleo de la verdad del cristianismo: Jesús, desde su encarnación (en el vientre de María), su nacimiento, su vida, muerte, resurrección y ascensión, nos revela un Dios que es Padre de todos y desde siempre. Jesús con su paso por el mundo nos propone que lo imitemos, lo tratemos, como hermanos de Él: nos invita a que vivamos como hijos amorosos de Dios Padre, a buscarlo, que siempre lo reconozcamos. Que tratemos a los hijos de Dios como hermanos nuestros, en razón a que somos sus hijos, como hermanos de Jesús, y en consecuencia hijos de María, su Madre. Sin diferencias de clase, raza o nacionalidad: así, se ama a Dios como Padre, y a los humanos como hermanos, desde los que están más cerca, con los que vivimos. Resulta que Dios se manifiesta en el amor por los demás, en las personas buenas. Así el rostro de Dios se ve en quien se entrega por Él, a los demás.

En fin, los cristianos creemos que este Dios está en todas partes, pero para conocerlo es necesaria la voluntad personal de verlo, buscándolo en el interior de cada uno. Entrando a lo profundo del alma, en el interior personal, buscándolo íntimamente, abriendo el corazón, saliendo del tiempo y del espacio, sin distracciones y sin prejuicios, siguiendo a los sabios y profetas de la historia.

Así la verdad, la diferencia y la peculiaridad cristiana está en Cristo: Jesús de Nazaret, reconocido como el Mesías de Israel e Hijo verdadero de Dios: camino, verdad y vida. Precisamente, por ser Hijo de Dios, y venir de Dios, es por lo que es camino a Dios. Por eso, todos los aspectos de la vida cristiana se viven en Jesucristo. Los mandamientos del amor consisten en amar a Dios Padre y a los demás como Cristo nos ama. Así, la trasformación moral de la persona se produce por la identificación con Él.

Esto encierra una apasionante enseñanza humanista que recorre la historia de la humanidad y que se refleja en la vida de muchas personas eminentes y valerosas que, va más allá de lo que cabe en todo lo escrito en el tiempo.    

Fuente: Juan Luis Lorda, Humanismo