El sacramento de la Penitencia
El tema que concentra nuestra atención es el poder de Cristo que perdona los pecados y cura al leproso de su enfermedad. El evangelio de San Marcos nos ofrece un signo fuerte del poder de Jesús cuando cura a un leproso (Mc 1, 40-45). Aquí Jesús revela su poder sobre las fuerzas naturales y su misericordia ante la desgracia de aquel hombre. En efecto, un hombre que sufría la lepra era alejado de la comunidad de acuerdo con el estado de su enfermedad. Se le consideraba “impuro” con impureza legal, pero también se le consideraba impuro por no tener la salud necesaria para participar en el culto comunitario. Se había alejado de Dios y, por eso, Dios lo había castigado con la enfermedad. Impureza legal e impureza moral estaban íntimamente relacionadas como aparece en la primera lectura del libro del Levítico (1L, Lev 13, 1-2.45-46). Con su actitud y con su poder Jesús cambia este estado de cosas: restituye la salud al leproso, lo envía nuevamente a la comunidad y a los sacerdotes para que declaren públicamente su perfecto estado de salud. El salmo parece alegrarse con este perdón y esta salud: “dichoso el que está absuelto de culpa, a quien le han sepultado su pecado”. Por otra parte el texto de la carta a los corintios (2L, 1Cor 10, 31 B 11, 1) nos manifiesta que el cristiano no debe dar escándalo con su vida cometiendo pecado, que es como una enfermedad de muerte, es como la lepra, pues destruye la vida temporal y eterna del hombre. En cambio, el cristiano debe hacer todo para la gloria de Dios. Hermosa afirmación que constituye todo un programa de vida.
La liturgia de este día nos invita a valorar el sacramento de la penitencia como un encuentro con Cristo, quien lleno de misericordia nos mira a los ojos y nos dice: “quiero, sé limpio”. Es decir, Cristo me dice: “quiero que vivas, quiero que tu vida sea feliz, que tu vida sea vida”. ¡Cómo nos aflige el caso de jóvenes atrapados en la droga o el sexo o en cosas aún más graves! Habrá que ayudarles mostrándoles la capacidad de redención; ayudarles conduciéndoles a Cristo misericordioso.
La exhortación de San Pablo es de gran actualidad. En medio de nuestras tareas familiares, profesionales, religiosas debe haber un centro que las unifique y que les dé sentido: “haced todo para la gloria de Dios”. ¿De qué nos valdrá acumular mucho dinero? ¿O gozar de muchos placeres? ¿O tener gran poder sobre los demás? ¿De qué nos valdrá todo esto si con el paso de la vida y de los años todo se desvanece? La poca o mucha experiencia que tengamos ya nos lo dice fehacientemente: todo va pasando y sólo lo hecho por Dios y por mis hermanos los hombres y mujeres de este mundo, queda. Lo demás es paja que se lleva el viento. /Fuente: Catholic.net