POR P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Septiembre de 2011

La misión del centinela


EL  capítulo 18 del evangelio de san Mateo forma una parte distinta del resto de su evangelio. En ella encontramos algunas enseñanzas de Jesús que se relacionan con la vida de las primeras comunidades cristianas. Por eso, a esta parte se le ha llamado el “discurso eclesiástico”. Hoy consideramos dos indicaciones de este discurso: la corrección fraterna y la oración en común. El discípulo de Jesús siente la viva responsabilidad de hacer el bien y ayudar a que los otros lo hagan, superando y desterrando el mal de sus vidas. Aquí se inserta el mandato de la corrección fraterna (EV, Mt 18, 15-20).


En la primera lectura se nos propone, de forma muy oportuna, la imagen del centinela. El centinela es el hombre que, desde la atalaya o desde un lugar preeminente, da la voz de alarma cuando ve al enemigo acercarse al campamento o las puertas de la ciudad. En nuestro caso el centinela, que es el mismo profeta, advierte a los hombres de su mala conducta, les anuncia el peligro que se acerca si no despiertan de su letargo (1L, Ez 33,7-9). Pablo, por su parte, antes de concluir su carta a los romanos, dirige una última exhortación llena de contenido: “no tengáis con nadie ninguna deuda que no sea la de amaros mutuamente”. El amor es la ley que regula toda la vida cristiana. Tanto el centinela, como el que ora en común, deben guiarse y nutrir su alma con el espíritu de Cristo, es decir, con aquel amor que da la vida por los que ama (2L, Rm 13, 8-10).


Ahora tenemos ante nuestra mente dos realidades. Primero la de aquellos cristianos que viven su vida cristiana “hacia dentro”: son buenos observantes de las normas de la Iglesia, participan en la vida de sacramentos, veneran y respetan el domingo, dan buen ejemplo. Sin embargo, no tienen un sentido misionero.


La segunda es la de aquellas familias, grupos humanos, que encuentran en medio de sus realidades cotidianas, el hecho de que uno de sus miembros se ha desviado del buen camino. ¿Qué hacer? ¿Intervenir? ¿Hablar? ¿Esperar? ¿Callar? En realidad, no es fácil responder en abstracto. Cada situación posee sus características propias y exigirá soluciones que varían de caso a caso. Sin embargo, hay un principio que prevalece: la caridad. Nos debe mover siempre y en toda circunstancia la caridad por la persona amada. Huyamos pues de las descalificaciones, de las palabras descorteses, de las críticas solapadas, de la maledicencia y la calumnia. Eso no es cristiano y no debe ni mencionarse entre nosotros./ Fuente: Catholic.net