Los ganadores del premio Nobel de economía de 2024 -Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson- son quizás los economistas más influyentes en lo que va del siglo XXI. El libro de 2012 Por qué fracasan las naciones ha servido de puerta de entrada para millones de personas intrigadas por la tesis básica de sus autores: que el desarrollo económico es fundamentalmente producto de la calidad institucional de los países. Sin embargo, las bases teóricas de su trabajo vieron su primera gran manifestación once años antes, con la publicación del artículo “Los orígenes coloniales del desarrollo comparativo”.
En aquel artículo, los autores observaron una relación entre las condiciones geográficas de las sociedades americanas en el momento de su colonización y el desarrollo económico actual de aquellas sociedades. En aquellas zonas con altas tasas de mortalidad para los colonos, generalmente debido a las enfermedades tropicales, los pocos sobrevivientes europeos construyeron economías basadas en la explotación y la arbitrariedad, como la mita indígena y la esclavitud africana. En cambio, en las zonas propensas a la llegada y supervivencia de grandes cantidades de europeos, se establecieron garantías más robustas de propiedad privada, libertad económica y representación política. Para 1995, los autores observaron que las primeras sociedades aún padecían de menores niveles de protección efectiva contra la expropiación y, por lo tanto, de menores niveles de desarrollo económico, sin importar factores como la cultura, religión o sistema legal de los colonos.
Acemoglu, Johnson y Robinson sostienen que estos puntos de partida resisten el cambio, tanto positivo como negativo, porque las instituciones generalmente refuerzan su propia continuidad. Sin embargo, lejos de ser deterministas geográficos, afirman que las historias de cada país van generando divergencias del punto inicial. Es innegable, por ejemplo, que el sur de los Estados Unidos, profundamente dependiente de la esclavitud africana, era una sociedad más extractiva que el norte de México en la época colonial. Sin embargo, ambas sociedades se vieron transformadas por el desarrollo institucional de sus países en conjunto, influenciadas respectivamente por el norte libre en el caso estadounidense y el centro burocrático y autoritario en el caso mexicano. Por ende, el sur de los Estados Unidos hoy es más próspero que el norte de México.
El paradigma de este artículo nos brinda una herramienta magnífica para entender la desigualdad regional dentro de nuestros países. Explica las raíces históricas de la división colombiana entre los andes y las costas, la brasileña entre el norte y el sur, y la peruana entre el litoral pacífico y el interior. En estos tres casos, encontraremos contrastes entre regiones cuyas economías coloniales eran relativamente libres y aquellas que se basaron principalmente en sistemas de explotación. Casi todos los países más desiguales de América se caracterizan por su diversidad geográfica y, por lo tanto, por su enorme fragmentación institucional.
Finalmente, este paradigma nos lleva a indagar menos sobre el nivel adecuado de desigualdad y más sobre las raíces institucionales de la misma. En el 2022, el 1% más rico de las poblaciones de Estados Unidos, Haití y Colombia percibieron alrededor del 20% de los ingresos de sus respectivos países. Sin embargo, hay enormes diferencias entre las desigualdades que parten de una sociedad dinámica, transparente y estable, las que parten de un país totalmente carente de aquellas virtudes, y las que parten de un país con elementos de ambos casos.
Podemos estar o no de acuerdo con las apreciaciones particulares de estos tres grandes economistas, pero la utilidad del paradigma general que formularon es innegable.