Según el estudio realizado por el Consejo Privado de Productividad se requieren 4,5 trabajadores colombianos para producir lo que un trabajador estadounidense y según la OIT, en algunas áreas, ¡se requieren cerca de 8! Según los indicadores de Euromonitor, el trabajador colombiano se ve casi igual de desaventajado ante un trabajador argentino. En 2017, la productividad en dólares del trabajador colombiano era de US$11,603, US$4,800 por debajo del promedio de América Latina y US$28,502 menos que el mejor de entonces, Argentina. Margen que se ha reducido con respecto a Argentina por su derrumbe, pero que crece frente al nuevo líder, Chile.
Lamentablemente, lo anterior, ¡no es nuevo! Colombia avanza pero no mejora y se debe a la ausencia de una política seria de desarrollo. Esta ausencia ha existido por más de tres décadas y se tradujo en el triste declive de nuestro sector productivo. Situación que fue apoyada y alentada por una clase política que no tuvo ni tiene visión y carece de planeación democrática para priorizar las verdaderas necesidades del país a largo plazo. Líderes que no operan bajo la premisa de la evidencia o el rigor, sino desde el populismo y el crecimiento estatal. Es un régimen que, como un cáncer, se alimenta de cuerpo ajeno: la burocracia.
Decía Álvaro Gómez, “si pudiéramos llegar al consenso de que la improductividad es un crimen contra el pueblo, el mayor delincuente sería el propio Estado” Un país pobre como Colombia no puede darse el lujo de continuar a la deriva, sin planeación para un futuro, en nuestro caso, bastante predecible. No podemos continuar evadiendo la responsabilidad de prepararnos para enfrentar los males que por décadas nos azotan como la pobreza, el desempleo y la desigualdad, entre otros. Además, de realidades o factores como el medio ambiente, la escasez de recursos y una creciente juventud profesional que no encuentra empleo.
La correlación entre mala educación y baja productividad está demostrada científicamente de manera incuestionable. En 2020, nuestro presupuesto para la educación pública fue el más alto en la historia con 44,1 billones de pesos, cerca del 16% de todo el presupuesto. Pero este esfuerzo fiscal no servirá para nada distinto que comprarle paz laboral al gobierno de turno. Nada en las políticas de esta administración apunta a poner en cintura a los maestros de Fecode, que son los responsables de la mala formación que genera nuestra pésima productividad. Es hora de enfrentar los problemas y no simplemente botarles dinero público. Es hora del carácter, de demandar a los maestros severas evaluaciones de capacitación y cumplimiento y de ofrecer premios y estímulos, no por marchar, quemar buses o manipular políticamente a nuestros jóvenes. Es hora de premiar a los maestros que logren mejorar los resultados de los muchachos y hacerlos felices en sus colegios. Que logremos colegios tan buenos que no tengamos que sobornar a los padres con bonos de mercado, que muchas veces se vuelven cerveza, para que obliguen a sus hijos a ir al colegio.