Cuando en Colombia, durante el debate sobre el Sí o el No para la ratificación del Acuerdo de Paz, vemos el tono exaltado de expositores, de altos funcionarios públicos, de dirigentes a quienes cordialmente solicitamos disminuirlo, reconozco que este es moderado comparado con el del presidente de Filipinas Rodrigo Duterte, contra el mandatario estadounidense Barack Obama, con el cual iba a reunirse, iracundo por la crítica a las ejecuciones que su gobierno viene haciendo desde el pasado mes de junio liquidando a personas sindicadas de la comisión del delito de narcotráfico, que superan el número de 2400.
En idioma tagalo, gritó: “Me importa una mierda lo que opine sobre mí. Hijo de Puta, te voy a maldecir en ese foro”, - se refería a la reunión en Laos de la Cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN)- nosotros ya no somos colonia de Estados Unidos, mi único dueño es el pueblo filipino.” Después, rectificó la metedura de pata diciendo que su declaración no era un ataque personal.
El encuentro se canceló y el señor Obama restó importancia al insulto, limitándose a expresar: “Es su forma de hablar.” Se olvidó el mandatario filipino que los Estados Unidos, socio comercial, apoyan a su país en el conflicto con China por el mar continental. Ojalá que su expresión no afecte las relaciones con Norteamérica.
El problema, alejados del empleo de palabras fuertes, estriba en el desarrollo de la promesa de campaña de combatir el crimen y el tráfico de droga, “así haya 120.000 muertos, sin importar quienes caigan”, en flagrante violación de los derechos humanos. El Presidente, antes de posesionarse, ofreció 100 euros por cada narcotraficante muerto con la advertencia de “va a ser una pelea sucia, una pelea sangrienta.” Este no es el camino para solucionar un conflicto mundial que afecta a Filipinas como sitio de tránsito y comercialización de estupefacientes, donde opera, entre otros, el cartel de Sinaloa.
El incidente lo traigo a colación porque estamos llenos de políticos furiosos en el planeta -Donald Trump y Nicolás Maduro, por ejemplo-, que no miden el deplorable efecto de sus frases. La furia es un estado mental excepcional de ira. Virgilio nombra tres, Alecto, que castiga los delitos morales: Megera, que golpea la infidelidad y Tisífone la vengadora, que sanciona los delitos de sangre, hace tiempo desaparecieron, no las revivamos.
En Colombia, inmersos en el gran esfuerzo de afianzar la concordia, conviene señalar que ninguno es poseedor de la verdad absoluta y todos queremos la paz. Tenemos cosas a medias, para discutirlas necesitamos ser cordiales y respetuosos.