Providencia y misterios de Colón (II) | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Septiembre de 2021

Nos corresponde a los colombianos estar a la altura de Colón, ni más ni menos, porque el nombre de nuestra Nación no puede ser insignificante para nosotros, o juego, o adorno; insisto que Cristóbal Colón tiene que ser modelo de vida, motivo de orgullo: su constancia, su imaginación, su valor, tienen que ser nuestro modelo, nuestro retó, nuestro norte, la verdad -sin conformarnos con la opinión de los mediocres que desconocen la realidad, lo que es- nuestro  potencial, nuestra riqueza geográfica y la capacidad de soñar en una vida digna, decorosa, de calidad, como nos merecemos los colombianos.

El rumbo del Almirante Magno tiene que ser nuestro futuro, nuestro reto, nuestro destino: la verdad científica, la creatividad, la imaginación, sustentada en nuestra geografía, nuestro patrimonio natural, el inconformismo sano, tienen que ser nuestro lema.

Da grima ver que dependemos de investigaciones patentadas por otros con nuestros recursos naturales, que son exportados y trasformados en riqueza de otros y vivir conformados con ser del tercer mundo, consumiendo lo que fue nuestro.

Un ejemplo de esto es la fabulosa experiencia de la papa, que fue originaria en nuestras montañas, y que fue llevada a Alaska (en su momento uno de los pueblos más pobres del mundo) por una universidad para para transformarla en riqueza: el rector de esta, el Doctor en literatura William Wood, contrató investigadores en biología, química, agroindustria…, con el fin de desarrollar una variedad de nuestro tubérculo que pudieran hacer el fenómeno de la fotosíntesis con las temperaturas y días casi sin noche: fenómeno que resultó siendo fabuloso. Con el tiempo nuestra papa, en Alaska, llegó a producir cosechas siete veces mayor que la que consumía los Estados Unidos en un año.

Resulta que Wood no estaba loco: solo soñaba, como Colón. La papa se transformó en alcohol: combustible, licores, vinagres…; en harinas: bolas de billar y de bolos…; aprovechando la harina de la papa y el aserrín de los os árboles de sus territorios y de sus vecinos. Así, terminaron haciendo clase de variedades de papeles: desde papel periódico hasta papeles finos… Mientras tanto, nuestra papa -que hoy alimenta al mundo- sigue siendo un dolor de cabeza: nuestros campesinos, de la cordillera oriental siguen siendo pobres y sus tierras siguen siendo solo gredales estériles, por el uso de químicos y fumigantes venenosos. Y estamos importando combustibles, abonos, aceites…, de nuestro petróleo; compramos incontables alimentos que no hace mucho exportábamos, por la desidia de algunos que buscan una salida fácil para todo…

Un médico santandereano -Manuel Serrano Arenas- me decía, hace unos cincuenta años, hablando de la universidad colombiana, que la mayoría de los infartos cardiacos en Colombia son consecuencia de nuestro clima tropical y selvático, porque no había quien investigara, buscara, una solución a esta realidad.  ¿Cuántos remedios se están aplicando clandestinamente –con resultados estupendos– por ser descalificados por los grandes y poderosos laboratorios mundiales? ¿Será esta nuestra eterna historia? ¿Si un alcalde de Valledupar, soñando, pudo sembrar miles de árboles de mango en su ciudad para que la niñez los cogiera y tal vez los vendiera, porque no imitarlo?