Hace unos días, ante la sorpresa del Gobierno y repudio de la gran mayoría del pueblo español, un juez del tribunal de Scheleswing-Holstein, estado del norte de Alemania, denegó la entrega de Carles Puigdemont a la justicia española por el delito de rebelión.
Dictaminó ese tribunal que Puigdemont, expresidente de la Generalidad de Cataluña, y furibundo secesionista catalán, no es “punible en Alemania”. Según su opinión, en ese país solo se configura el delito de rebelión, uno por los que el catalán es solicitado por España, cuando se ha ejercido violencia sobre terceros para doblegar su voluntad. Para el juez de Scheleswing-Holstein no existe suficiente prueba que Puigdemont lo haya hecho.
Cómo se ve que el mencionado juez no tiene idea de lo que ocurre a en Cataluña y, por tanto, no entiende la presión que siente un ciudadano común cuando lo miran mal, le contestan con furia o le niegan un trabajo por hablar en español, no en catalán, como recientemente le sucedió a músicos de la Filarmónica catalana. Igual sucede cuando el equipo de fútbol de su ciudad se niega a ponerse en pie cuando suena el himno español o se iza la bandera de España. Peor: lo violentan cuando lo tratan de “traidor” o le grafitean su vivienda o negocio con insultos por no declararse separatista, o por sentirse catalán-español.
Todo esto es violencia y de la peor, tan grave como la física. Violencia psicológica que intimida y acorrala, que ejerce tal presión que doblega la voluntad de cualquiera y lo somete a hacer lo que se demande de él. En este caso, a manifestarse a favor de la secesión de Cataluña, al rompimiento de España.
¿Qué hubiera ocurrido si el caso hubiera sucedido al revés? Dijéramos que un personaje alemán se hubiera dedicado con odio y alevosía a obtener la separación de uno de los estados alemanes, por ejemplo Scheleswing-Holstein, tratando a todo costa de romper la unidad alemana; blandiendo la explicación de que en el pasado dicho estado formaba parte de Dinamarca, era el condado de Sajonia, o simplemente, por tener costumbres y tradiciones diferentes a otros estados.
Supongamos que dicho personaje hubiera huido a España para evadir la justicia alemana y un juez español se negara a reconocerlo como traidor su nación. ¿Qué haría el gobierno alemán ante la negación de ese juez español entregarlo a la justicia germana?
El gobierno y el pueblo español están, no solo atónitos, sino justamente disgustados ante la actitud del tribunal de Scheleswing-Holstein, que desconoce lo expresado por la Corte Suprema Española.
¿Es que un juez de una comunidad alemana puede considerarse superior a lo juzgado y condenado por la Corte Suprema Española, sobre todo cuando esto se refiere a la integridad del territorio de su nación? ¿Es esto interferencia inapropiada de un país de la Unión Europea hacia otro?
El Rey Felipe VI ha manifestado desde Barcelona su total apoyo a los jueces españoles: “independientes, inamovibles, responsables, sometidos únicamente al imperio de la ley” y “garantes de la legalidad de la acción de los poderes públicos”.
Este ha sido un desagradable impase que demuestra la ignorancia que hay en Europa y en el mundo, sobre lo que realmente ocurre en Cataluña y como Puigdemont y los separatistas infringen la Constitución Española.