Faltando menos de dos años para concluir el actual gobierno, Colombia se encuentra sumida en una profunda crisis de confianza. Aquellas fortalezas que antes celebrábamos, como la solidez macroeconómica y la ausencia de políticas populistas, hoy enfrentan un asedio constante.
Los grandes logros del pasado reciente en materia de orden público, credibilidad internacional, seguridad energética y transparencia se ven crónicamente amenazados. Mientras tanto, las anheladas soluciones a nuestros problemas crónicos, como lo son la pobreza, la criminalidad y la informalidad laboral, parecen cada vez más distantes. Ante tantos retrocesos, vale la pena preguntarnos qué sigue funcionando a pesar de la difícil coyuntura. El país es más robusto de lo que parece, por lo que los ejemplos son inesperadamente abundantes, pero hoy quiero destacar dos casos de éxito que deben inspirar nuestros pasos a seguir.
La trayectoria del aeropuerto El Dorado de Bogotá en las últimas décadas ha sido verdaderamente excepcional. En el año 2012, el terminal recién renovado apenas transportaba 22 millones de pasajeros, cifra que aumentaría a 40 millones en cuestión de once años. En el mismo periodo, se ha consolidado como el principal aeropuerto de carga de Latinoamérica, transportando 760 millones de toneladas anuales, más que los aeropuertos de Ciudad de México y Lima juntos.
Por otro lado, ha logrado combinar este rápido crecimiento con mejoras consistentes en la calidad de su servicio. En el año 2012, aún no figuraba entre los cien mejores aeropuertos del mundo, según las calificaciones de la organización Skytrax. En 2015, alcanzó el puesto 94, comparable a Ginebra o Chicago, y en 2017 ocupó el puesto 42, semejante a Atlanta o Toronto. Este año, El Dorado quedó clasificado en el puesto 39 a nivel mundial, siendo así el mejor aeropuerto de Latinoamérica, superado en todo el continente solo por los aeropuertos de Vancouver, Seattle, Houston y Nueva York.
Similarmente admirable ha sido la trayectoria del Puerto de Cartagena. Entre 2000 y 2022, incrementó su volumen de carga en un 730%, superando así a varios puertos hegemónicos del Caribe como Veracruz, Limón y Kingston. En menos de un cuarto de siglo, se convirtió en el cuarto puerto más importante de Latinoamérica, y el segundo del Caribe latinoamericano, superado únicamente por Colón en Panamá.
El Puerto de Cartagena también se ha caracterizado por sus altísimos estándares de calidad. Según el Índice de Eficiencia Portuaria del Banco Mundial, llegó a ser el tercer terminal de carga marítima más eficiente del mundo, superado solo por los puertos de Yangshan en China y Salalah en Omán. Es el único puerto en las Américas con esos niveles de competitividad internacional, seguido por los puertos del Callao en Perú, Posorja en Ecuador y Buenaventura en el Pacífico colombiano, ocupando los puestos 26, 39 y 42, respectivamente.
En conjunto, estos casos de éxito revelan un país cada vez más importante en las cadenas logísticas del continente, a pesar de las dificultades que representaron el fin del boom de las materias primas en el 2014, la pandemia del covid-19 y la crisis profunda de los últimos años. Ambas operaciones son cruciales para la economía y hasta la seguridad nacional del país, por lo que nos debe aliviar que puedan operar a altos niveles de eficiencia y eficacia aún en los gobiernos más incompetentes e irresponsables.
Todo aquello se debe a que ambos grandes proyectos cuentan con una enorme garantía contra la politización y la corrupción, al estar administrados por entidades privadas. Debería ser ese el futuro de todas nuestras empresas públicas.