Que la esperanza no se apague | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Abril de 2020

Aunque no se hable mucho de ella, en verdad la esperanza es la que mueve al mundo y a las personas. Los seres humanos vivimos esperando mil cosas: amor, alegría, trabajo, dinero, bienestar, salud, salvación, curación, etc. Esperar no significa estar sentado, cruzado de brazos, sin hacer nada. Todo lo contrario: esperar es una forma muy activa de construir la vida personal y la de la sociedad. Espero vivir mejor y por eso trabajo duro. Espero ser un buen profesional y por tal razón estudio sin descanso. Espero ser querido por alguien y por eso le jalo a la simpatía. Espero llegar al cielo y por eso le abro el corazón a Dios, día y noche. “Y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, nos dice inigualablemente santa Teresa. Así las cosas, siempre, pero ahora más que nunca, hay que cuidar, alimentar, alentar, hacer reverdecer la virtud inigualable de la esperanza.

Y cito dos hechos que alientan la esperanza. El primero es la acción constante, desde hace 20 años, del Banco Arquidiocesano de Alimentos, obra de la Arquidiócesis de Bogotá. Lo fundó el Cardenal Rubiano Sáenz y lo dirige en términos de excelencia el Padre Daniel Saldarriaga, digno representante de la laboriosa raza antioqueña, aunque arraigado en Bogotá.

Recibir los excedentes de alimentos que hay en Bogotá y también donaciones en dinero y distribuir toneladas de alimentos para los más pobres. Todo a través de instituciones reconocidas, serias, organizadas y situadas donde está la necesidad, como las parroquias, algunas fundaciones de probada capacidad y honestidad, las diócesis, los comedores comunitarios. En este mes ya largo de cuarentena, el Banco de Alimentos ha visto crecer a los donantes y ha podido multiplicar su acción solidaria con los más pobres. Esta es una obra concreta que no deja apagar la esperanza.

Pero no solo de pan vive el hombre. La esperanza también hay que llevarla al alma, al espíritu, al estado de ánimo de las personas. Hemos visto que, desde varias instituciones, incluida la Arquidiócesis de Bogotá, se ha creado o incrementado el servicio de escucha para las personas. Lo natural de la vida humana no es vivir confinados ni encerrados entre cuatro muros, como lo desea una que otra autoridad con ínfulas de poder desbordadas. Los hombres y las mujeres necesitamos expresarnos, hablar, conversar, decir palabras de diversos calibres, ordenar las ideas y verbalizarlas, como se dice ahora en la jerga burocrática que nos ahoga. Que la gente encuentre líneas de escucha, de esperanza, de amable atención -porque allí sí les interesa cada llamada- también hace que la esperanza se oxigene un poco, mientras llega el deseado momento de encontrarnos porque todos necesitamos “ayuda y compañía”, según enseña el Génesis.

Finalmente, no sobra decir que todos tenemos la posibilidad de hacer individualmente las dos tareas a las que me he referido: dar alimento a quien lo necesita y escuchar al que tiene un rollo entre pecho y espalda. Mientras tengamos otras personas cerca, siempre hay oportunidad de avivar la esperanza.

Un tema menos agradable: ¿Será que las compañías de seguros no van a pagar los seguros de arriendo por los inquilinos morosos en tiempo de cuarentena? Es que Seguros Comerciales Bolívar manda una circular diciendo esta barbaridad: “... la inexistencia de siniestro en los términos de la póliza de seguro de arrendamiento”. Si la pandemia no es siniestro, ¿qué es un siniestro? No perdamos la esperanza de que estas compañías estén a la altura ética de esos momentos de la historia.