De la boca de los poderosos de este mundo sale de tanto en tanto una afirmación de este tenor: “esto no se soluciona con caridad”. Y seguramente añaden dentro de su mente: los problemas se solucionan con economistas, con planes de desarrollo, con billete largo, con subsidios, con un sistema bancario fuerte y activo y otras afirmaciones más de la religión del progreso. Y eso es cierto, en parte. Porque pese a todos los avances de la humanidad, tenemos todavía demasiadas personas viviendo muy precariamente, cuando no en condiciones infrahumanas, como lo dijo hace proco el entrante arzobispo de Bogotá, al referirse a la situación del Cauca. Entonces, necesitamos, que la parafernalia del mundo de la economía siga mejorando su desempeño, y necesitan -los más pobres- que la tal caridad siga muy, pero muy activa.
Y es que el mundo de la caridad, como la llamamos a mucho honor en la Iglesia, es amplio y potente. Y su objetivo es la gente, llamémosla así, del último vagón y que generalmente no se beneficia de las teorías de los premios Nobel de Economía ni de los “planes de desarrollo”. En ese último vagón están los más vaciados de la humanidad, la gente que vive en la calle, los migrantes que deambulan por la vera de los caminos o que simplemente flotan en las aguas de los anchos mares. Allí van apretujados los estudiantes pobres, que si tienen para los cuadernos no tienen para los lápices. Se suman infinidad de familias que no significan nada para nadie y que con miradas perdidas deambulan por barrios pobres, y habitan viviendas que quieren tragarse ríos y mares. Y como pueden, también van indígenas botados en las ciudades, rotos sus vínculos con territorios y naturaleza que los ampare y les dé sentido a sus vidas. Ese vagón, sus ocupantes, en amplia medida viven, gústele al que le guste, de la caridad.
Se levantan en la tribuna los odiadores de la caridad y acusan a sus operarios de mantener en la miseria a las personas, de no promover la condición de los receptores de su acción, de dar pan sin enseñar a pescar y mil pamplinadas más. Me excusan los lectores: palabras basura. La caridad es la única aliada de los más pobres en muchas situaciones concretas. No es un programa, es una presencia. No es un catálogo, es un pan en la mano. No es un proyecto, es una cama disponible. No es un discurso, es un techo gratuito. No es una acción delegada, es un compromiso personal. Y tal vez esto es lo que irrita a quienes predican contra la caridad: que en verdad existan personas que sí se ponen de lado de los pobres concreta y cercanamente.
Y es que siempre habrá un último vagón al cual a la mayoría de las personas no le interesa ir. Entonces, pueden alejarse y a quienes atienden a los más pobres y olvidados, déjenlos en paz y más bien apóyenlos para que cumplan esa noble misión que nadie más quiere hacer personalmente. Y una frase del Evangelio para remachar: “A los pobres siempre los tendrán con ustedes”. De un tal Jesús de Nazaret.