Últimamente con frecuencia, recuerdo con inmensa gratitud que una de las personas que marcó mi vida intelectual y profesional y que en algún momento tuvo la generosidad de hacerme socia en su firma de estrategia política, me decía para burlarse de los egos: “Si vas a opinar, muéstrame primero tu botón de estratega”. Su insinuación sarcástica no buscaba otra cosa que hacerme ver lo insulso que se ve alguien reclamando el liderazgo de un proyecto, muchas veces a consta del mismo proyecto y solo por el inane reconocimiento público de haber sido, precisamente, “el que lideró ese proyecto”. La mención al botón de estratega era, entonces en mi cabeza, el llamado de emergencia a detener de inmediato el ruidajo ensordecedor del ego en función del logro del objetivo colectivo. Cada vez que aparecía la mención a ese botón, las cosas fluían y los resultados superaban las expectativas, porque todos estábamos trabajando por el propósito y no por el título.
Y es que en este tinglado en el que se ha convertido la política colombiana, el botón de estratega, que en sentido abstracto no es otra cosa que el Thymos griego, es decir el ansia humana por el reconocimiento, se convierte en el peor enemigo de quienes perseguimos un propósito democrático común. Ese Thymos, que es en otras palabras el elemento pasional dirigido por el ego, el honor o la gloria, hoy nos tiene a quienes estamos convencidos que hay que defender la libertad y la democracia enfrentados por quién convoca más, a quién se le ocurrió primero, quién tiene más likes, quién hace la propuesta más inteligente, quién tiene más opciones, quién sale más bonito en la foto, quién lo pensó antes o quién brilla más. Peligroso que en lugar de conectarnos para defender las tesis en las que creemos y entender que cada quien puede sumar desde su orilla y con sus herramientas, hoy estemos cayendo en una trampa autoimpuesta de boicotearnos y canibalizarnos entre nosotros mismos porque, al mejor estilo de las series escritas por el libretista que hoy maneja 10,7 billones de pesos en el DPS, “si ese botón de estratega no es mío, no lo será de nadie”.
En un país en el que tenemos a un megalómano como Gustavo Petro dirigiendo los destinos de casi 52 millones de personas, donde tenemos un peligro latente con impulsos autócratas que, como granada de fragmentación sin seguro puede estallar en cualquier momento, es absurdo que no podamos ponernos de acuerdo en que nada ganamos cuando en lugar de sumar nos dedicamos a debilitarnos entre los que creemos y honramos la democracia, las instituciones y la Constitución.
¿Será acaso mayor el mérito del reconocimiento público que da colgarse el botón de estratega que ver lo que logramos cuando nos conectamos y pedaleamos por una causa común?, ¿Será acaso más enriquecedor personalmente ser llamado a los medios de comunicación como la cabeza del activismo opositor, que lograr movilizar una oposición masiva, cohesionada y multiplicadora creyendo en la iniciativa que se le ocurrió a otro? ¿Será acaso más importante autopercibirse como el candidato ganador de las elecciones faltando dos años, que lograr consensos y diálogos que nos permitan llegar con una candidatura sólida y con vocación real de triunfo que represente el descontento del 65% de los colombianos que según la última encuesta de Datexco desaprueba la forma en que Petro está liderando el país? ¿Será acaso que proteger las libertades no vale tragarse un par de malos comentarios cuyo único fin real es implosionarnos y que al final nos dejan más débiles que ayer pero con “el ego intacto”? Para todos , la respuesta debería ser obvia. Llegó el momento de actuar en consecuencia.
Que el ego ceda ante el propósito. Nos necesitamos fuertes y conectados.