RAFAEL DE BRIGARD MERCHÁN, PBRO. | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Septiembre de 2011

Un programa que falta


“Pobreza extrema va acompañada de toda clase de privaciones”


EXISTE  en nuestro país un grupo de población que vive oculta en su limitación y pobreza. Lo constituyen muchos hombres y mujeres que tienen graves defectos físicos o mentales, bien sea de nacimiento o adquiridos a lo largo de la vida, y que por lo general están sumidos en la más absoluta pobreza y desamparo. Su situación de limitación los ha convertido en personas incapaces de ser productivas por siempre y esto genera en ellos un riesgo de miseria absoluta que con frecuencia se convierte en una dura realidad. Salvo las pocas familias colombianas que tienen cómo asumir de lleno a sus enfermos, la inmensa mayoría de esta población padece una situación realmente lamentable.


La observación detenida de quienes han caído en incapacidad permanente revela situaciones muy complejas. La primera, ya anotada, tiene que ver con la imposibilidad de producir el propio sustento. A esto se añade que, como requieren cuidado permanente, es usual que otra persona de la familia también se vea privada de la posibilidad de producir y deba dedicarse de lleno al cuidado del enfermo. Muy probablemente, en tal estado de cosas, el maltrato puede aparecer como una constante ante la desesperación que conlleva una realidad sin solución posible. En ocasiones la pobreza extrema va acompañada también de toda clase de privaciones emocionales, afectivas, espirituales. Vida muy difícil para el que la padece y para el que cuida.


Entre las funciones sociales del Estado debería caber un programa muy amplio, muy bien financiado, muy consentido, que pudiera atender a este amplio sector de nuestra población. Inclusive, sacrificando otros programas a favor de personas en capacidad de solucionar sus problemas de otra manera. Esta gente, incapacitados mentales o físicos permanentes, nunca podrán solucionar por sí mismos nada de lo que necesitan. Y allí el Estado, en representación de la sociedad y con el apoyo económico de la misma, debe salir al encuentro de estos desamparados. Da grima ver a estas personas tiradas en las calles, mendigando en las esquinas, acostadas en las puertas de los templos, todos en la indignidad más aplastante.


Jesús interrumpía sus caminatas cuando algún pobre absoluto lo llamaba a la vera del camino. Su staff con frecuencia se molestaba, pero para él era la gente principal ante Dios. Me pregunto si cabrá en nuestra mentalidad abrir un campo para rescatar a tanto pobre, a los miserables literalmente, de una condición que parece ocultar su ser de humanos.