RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Octubre de 2012

Servicio público y fe religiosa

Ha  tomado fuerza desde hace algún tiempo la idea de que el servidor público no puede ni debe manifestar su fe religiosa mientras esté en funciones. Quien sirve al Estado no tiene más “religión” que la Constitución y la Ley. Esto suena elegante, pero no es del todo lógico. Es una contradicción que la carta de navegación de una nación permita y proteja la libertad religiosa, pero en la práctica les pida a algunos ciudadanos que ese aspecto sea puramente de la esfera privada. Como tampoco tiene lógica que en una sociedad que se rige por la democracia, es decir, el gobierno de las mayorías, a esas mayorías, que tienen fe religiosa, se les trate como seres marginales, dando pie a teorías sostenidas por unos pocos que pertenecen a elites desvinculadas del todo al pensamiento y forma de vida de las masas.

En las actuales circunstancias del Estado y de la nación bien vale la pena reflexionar sobre lo que ha significado marginar filosóficamente el hecho religioso de los centros de poder y decisión, como también del aparato estatal. ¿No podemos afirmar que la Constitución de 1991 con su carácter absolutamente laicista le dio carta de ciudadanía a todo el espíritu de corrupción que hoy corroe las instituciones públicas? El hombre y la mujer que tienen fundamentos religiosos serios y asumidos en verdad y con equilibrio representan sin duda un valor agregado para cualquier Estado. Pero abolidos los seres religiosos del aparato estatal, ha quedado un vacío ético -sí, ético- que no ha sido llenado por nada ni por nadie. No quiere decir que entonces todo  servidor público carezca de ética, pero esta no es la niña consentida del ámbito público.

Creo que habría que pasar la página de la bronca entre el Estado y el hombre religioso. Tienen muchas cosas que pueden hacer en común y nadie está pensando en el proselitismo religioso. Para un Estado que sueñe con el bien común, con la pulcritud en el uso de los recursos de la nación, con la atención de los ciudadanos más débiles y también con la lealtad de sus servidores, gentes de fe sincera tienen mucho qué aportarle. No tiene sentido requisar a la entrada de los edificios estatales la conciencia de los servidores para despojarlos de sus creencias. Al contrario deberían ser aplaudidos porque el que cree en Dios cree en la importancia del ser humano al cual servirá.

Lamento final. Muerto Bernardo Hoyos, ¿habrá algún motivo para volver a encender la radio?