RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Mayo de 2013

Eso sí es lujo

Cada  sociedad se encarga de exhibir a las personas llamadas notables. El notablato colombiano actual -al menos el público- es variopinto. Muy indicativo de nuestra idiosincrasia lo encabezan futbolistas y cantantes; lo aumentan escritores ya recalentados, unos políticos muy particulares y sigue una larga lista de seres más bien opacos y de horizonte reducido. Como un viento refrescante, a partir de hoy, la vida colombiana se ve adornada por la figura de una santa, la Madre Laura Montoya, a quien la Iglesia exalta por sus virtudes evangélicas y sobre todo por su amor a los más pobres y sencillos. Encaja, además, perfectamente, el que su canonización la haga el Papa Francisco, a quien este tipo de vidas le hablan diáfanamente de Dios y no habría por qué ocultarlas en los archivos de historias ya olvidadas.

La canonización de una persona en el espíritu de la Iglesia puede pensarse en dos horizontes. El primero invita a acogerse a su intercesión ante la majestad divina y es de lo que dan testimonio los famosos milagros de todos los santos. El segundo provoca a vivir la vida en una unión íntima con Dios, como ideal de toda existencia humana y con más veras de la sellada por la fe  cristiana. El modo como vive mucha gente hoy día, no obstante todas las apariencias de brillo y eterna juventud, revela un profundo desconocimiento del para qué de la presencia en este mundo. En una especie de animales de engorde que tarde o temprano serán sacrificados ha convertido la sociedad de consumo a multitudes enteras. En la santidad la vía es completamente distinta. Se trata, como el grano de trigo del Evangelio, de morir por los demás negándose a sí mismo. Lenguaje duro para estos tiempos propicios para el narcisismo.

En la canonización de la Madre Laura, la Iglesia romana también hace justicia a la labor de la Iglesia en tierras colombianas. Han sido más de cinco siglos de ardua e ininterrumpida misión apostólica y de lo cual da testimonio la forma seria y constante en que viven su fe millones de bautizados en Colombia. Y hace justicia a las mujeres pues son ellas las que en una proporción inmensa le han comunicado vitalidad a la Iglesia en nuestra nación. Y exalta de forma inconfundible a una mujer que luchó por la vida, por mejorarla en muchas personas, por romper la infelicidad que ha agobiado a tanta gente sencilla en Colombia. Una santa es un lujo y le cae muy bien a Colombia, a veces tan pobremente trajeada y representada.