Javier Milei comenzó su mandato en Argentina con la cruda franqueza que siempre lo ha caracterizado. Enfatizó la “verdad incómoda” de la necesidad de un ajuste fiscal que seguramente costará cientos de miles de empleos a corto plazo, así como la inevitabilidad de la alta inflación en los primeros meses de su mandato. Aun así, fue una jornada esperanzadora.
En las miradas alegres de aquellos ciudadanos que gritaban arengas y ondeaban banderas a los pies del magistral Palacio del Congreso se vislumbraba el renacer de aquella Argentina grande y próspera que casi ninguno de sus actuales habitantes ha tenido el privilegio de conocer. Consciente del enorme legado histórico que lo respalda, Milei le dedicó gran parte de su discurso a los gobernantes que lo hicieron posible, citando al expresidente Julio Argentino Roca al declarar que cualquier avance en “la libertad de los hombres y el engrandecimiento de los pueblos” se logra solamente “a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios.”
Milei supo transmitir a su pueblo la importancia de la libertad económica como condición esencial para el desarrollo. No todos los problemas de Latinoamérica y el mundo se pueden reducir a la falta de libertad económica; la violencia, la corrupción, la delincuencia y la ignorancia son todos grandes obstáculos que requieren soluciones integrales. Sin embargo, es evidente que la corrupción, incompetencia y sofocante inmensidad del estado han sido las causas principales de todas las más recientes catástrofes que ha sufrido Argentina.
Según la Fundación Heritage, la libertad económica en Argentina alcanzó un puntaje de 52,7 sobre 100 en el 2021, mucho menor que el de cualquier país comparablemente desarrollado. Los países más prósperos del mundo con puntajes comparables son Irán, Bolivia y Ecuador, mientras que el desarrollo anticipado para un país tan reprimido como Argentina se asemeja a las condiciones de Nicaragua, Laos, o Senegal.
Queda claro, entonces, que a pesar de todos sus problemas Argentina es un país excepcionalmente privilegiado. Quizás sea por la fertilidad prodigiosa de sus tierras, por el legado institucional de su enorme desarrollo en el siglo XIX, o por la infraestructura y el conocimiento que han acumulado a lo largo de sus épocas más prometedoras. Lo cierto es que Argentina es el único país del mundo con los niveles de vida de un país de ingresos medianos-altos y las instituciones económicas de un país profundamente subdesarrollado. Milei entiende que esta situación es insostenible y que su país requiere de un cambio de rumbo profundo y audaz, pero también entiende que si logra reformar al país, este estaría particularmente bien posicionado para aprovechar los frutos de la libertad.
En los próximos quince años, puedo predecir con confianza que si Argentina alcanza la libertad económica relativamente elevada de la que gozó Colombia hace dos años, no tendrá ningún impedimento en disfrutar niveles de vida semejantes a los de un país como Panamá o Turquía. Si alcanzan una libertad económica semejante a la de Chile, podrán superar a sus vecinos del cono sur y competir con países europeos como España o Portugal.
Finalmente, si Milei logra una transformación tan profunda como la de Irlanda en los años 1990, Argentina podrá alcanzar el pleno desarrollo de un país como los Estados Unidos.
El coraje, la disciplina y la resiliencia del pueblo argentino en los próximos años serán fundamentales para el futuro del país y la región. Queda en manos de los argentinos y sus dirigentes si se convertirán de nuevo en los maestros de América del Sur.