Reforma o derogatoria del Congreso | El Nuevo Siglo
Sábado, 4 de Diciembre de 2021

El prestigioso catedrático, político y exconstituyente, Jaime Castro, publica un interesante escrito en El Tiempo, sobre los pésimos efectos que ha causado en el país la aplicación de la fórmula de los senadores nacionales, que deberían leer todos los precandidatos presidenciales, así como los periodistas y los jefes de los partidos políticos. Sostiene en su escrito que: “La Constitución del 91, equivocadamente, decidió que la Nación, como un todo, fuera circunscripción para la elección del Senado: quienes tienen derecho a votar para presidente de la República también lo tuvieran para elegir el Senado, determinación que ha corrompido aún más la política, causado serias perturbaciones electorales y castigado la representatividad territorial de esa corporación”.

Y agrega: “Buen número de candidatos, en efecto, no adelantan campañas meramente departamentales o regionales, sino nacionales, para lo cual financian cámaras que voten por ellos, a veces hechizas o artificiales porque se organizan exclusivamente con ese propósito. También compran los votos que venden concejales, diputados y otros dueños de alguna capacidad electoral. Ese poder del dinero ha elevado los costos de las campañas senatoriales, que valen 5.000 o más millones de pesos, ha roto las condiciones de igualdad que debe haber entre los candidatos y abierto las puertas de la corrupción: candidatos y financiadores tienen que recuperar la inversión que realizaron”

En numerosas ocasiones me he referido en mis artículos a ese tema y señalado la injusticia antidemocrática que se comete contra los departamentos menos favorecidos al dejarlos sin representación en la cámara alta, mientras crece la aberrante componenda electoral del vicio, el dinero, la mediocridad y a veces el fraude. Así existan algunas excepciones respetables entre los legisladores o tengamos un político como el expresidente Álvaro Uribe, capaz de arrastrar con su fiel electorado a todo un partido en lista cerrada. 

Agrega, Jaime Castro, que: “Además, el Senado ha perdido la legitimidad territorial que debe tener porque departamentos y regiones importantes, pero de poco poder electoral, no han logrado elegir sus candidatos. Entre otros, Quindío, Casanare, Chocó, La Guajira, Arauca, San Andrés y Providencia se han quedado sin representación durante varios períodos en el Senado. Y regiones como la Orinoquia y la Amazonia ni siquiera presentan candidatos porque no tienen opción de ser elegidos”.

Fuera de eso, sostengo, que es una aberración antidemocrática, constitucional y electoral que una ciudad como Bogotá, la capital de la República, con más de 8 millones de habitantes, carezca de senadores que la representen. Aquí vienen de todas partes y regiones a ligar votos los caciques políticos de diversas toldas políticas. 

Desde hace años el partido conservador en Bogotá carece de organización y de voz, sin directorio político, ni organización en las localidades y barrios. El colmo de la ilegitimidad territorial es que la ciudad carezca de representación en el Senado. Eso es una burla y un craso error de la Carta del 91.  Es de recordar que con Andrés Pastrana tuvimos el primer alcalde electo popularmente en Bogotá, al que le tocó enfrentar el terrorismo de los carteles y el terrorismo urbano; su buen desempeño contribuyó a que años después fuese elegido a la primera magistratura. La desaparición del partido conservador en la capital lo desconecta de las grandes masas y de la posibilidad electoral de llegar a la jefatura del Estado. Sin una política urbana y nacional de gran aliento, el partido se sumerge en la disputa comarcal, reducido a otorgar avales y estar al servicio de los barones electorales del Congreso, que negocian con diversa fortuna su apoyo a los gobiernos de turno. En ocasiones aparecemos como partido estribo y en otras, como partido bisagra, sin verdadera vocación de poder.  

En varias oportunidades sugerí que debíamos presentar candidatos de primer rango a la alcaldía de Bogotá. La masa independiente del electorado capitalino podría favorecerlos, dando la oportunidad de elegir un buen alcalde o forjar un candidato presidencial de peso en el país. Sin fuerza electoral en la capital, el conservatismo se diluye votando por otras opciones electorales o se queda en casa el día de las elecciones. Y lo peor es que en donde desaparece el conservatismo como fuerza política activa en Hispanoamérica, suele facilitarse el camino para que llegue el social-comunismo. Flota en el ambiente la alternativa: se reforma el Congreso de la República o con el tiempo seguiremos de mal en peor y el pueblo pedirá su revocatoria.