En el Auditorio “Arturo Gómez Jaramillo” de la Federación Nacional de Cafeteros que gerencia el dinámico ejecutivo Roberto Vélez Vallejo, fue condecorado con el máximo galardón “José Acevedo y Gómez” del Concejo de Bogotá, el Centro de Estudios Colombianos por estar cumpliendo 60 años de fecunda existencia. Representó al Concejo el líder y catedrático Roger Carrillo.
En la segunda parte de la sesión, el Centro de Estudios Colombianos impuso la “Orden Honor al Mérito” a Monseñor Libardo Ramírez, Mauricio Cárdenas y Rodrigo Noguera, los oradores se ocuparon de la moral, la educación y el populismo.
Los grupos de pobreza extrema, lo sabe Petro, son muy sensibles a la predica reivindicatoria y se entregan fácilmente a la seducción de la demagogia. Por eso es que la “materia prima” del populismo son el subproletariado.
Está integrado principalmente por los inmigrantes sin preparación ni destrezas que, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida, llegan desde el campo.
Apela más a la emoción que a la razón, ofrece soluciones mágicas para los problemas de la gente. Con frecuencia exhiben una hoja de vida aureolada por la persecución y el sacrificio. Se presentan como “víctimas”, si no como “mártires”, de los grupos de poder. Cultivan su imagen de hombres valientes y desinteresados.
Hábiles manipuladores de la psicología de masas, los caudillos populistas buscan siempre identificar un “enemigo del pueblo”, contra quien descargan toda la furia contenida de la masa por siglos de frustración. Esta identificación les sirve como un factor de movilización popular. Acumulan contra ese “enemigo” toda clase de reproches.
Para Perón y su justicialismo, la “enemiga del pueblo” fue la “oligarquía” cuyo lugar de reunión -el Jockey Club de Buenos Aires- fue incendiado por los descamisados.
El populismo, cuando llega al poder, suele operar al margen de un plan de gobierno. No tiene metas macroeconómicas ni sociales de largo plazo. Con acciones demagógicas y espectaculares busca la satisfacción de las demandas populares inmediatas. Lo cual le lleva a la improvisación. Todo esto, con frecuencia, produce a la postre un fenómeno característico del populismo: la frustración colectiva.
En función el gobierno resulta incompetente para satisfacer las demandas que contribuyó a inflar durante el proceso electoral y entonces todo su andamiaje de demagogia se desbarata y la misma ola de ilusiones que le llevó al poder se vuelve contra él. Todo termina en tragedia: el suicidio de Getulio Vargas en 1954 cuando no le quedaba ninguna otra opción o, como en el caso de Perón en 1955, el derrocamiento y la fuga del corifeo y de sus allegados cargados de culpas y de dinero.
Otro de los componentes del populismo es el lumpen proletariado, del que Marx dijo alguna vez que era el resultado de la “putrefacción” de las capas más bajas de la vieja sociedad capitalista y que sus miembros eran tan miserables que, si bien eran capaces de rebeldías individuales, usualmente se veían precisados a “venderse” a sus enemigos de clase para poder alimentarse.