RODRIGO POMBO CAJIAO* | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Enero de 2012

 

La Fiscal General

 

Una de las características comunes de las naciones en vía de desarrollo es la propensión constante de encumbrar o sentenciar con extrema facilidad a determinadas personas y funcionarios.

Ello obedece, se me ocurre afirmar, porque no nos gusta informarnos (leemos menos de 3 libros per cápita al año); porque somos proclives a la sensación de las masas y nos dejamos llevar con facilidad por la opinión del público; por la evidente desinformación y falta de formación intelectual de nuestros periodistas y forjadores de opinión; por la facilidad que implica la alabanza o el inquisidor fallo, en fin, es común que por la poca institucionalidad y la ausencia de comunidad los pueblos subdesarrollados nos veamos abocados a glorificar o satanizar a alguna persona con pasmosa rapidez y desenvoltura.

Es por eso que me causa cierto tipo de risa socarrona el debate que se viene suscitando a propósito de las condiciones éticas, morales y espirituales de nuestra actual Fiscal General de la Nación.

En el momento de su nombramiento el ensalzamiento mediático no se hizo esperar: se resaltó su condición de mujer (¡nada per se que admirar!); que era tuerta y solicitaba su pensión de invalidez a sabiendas de que su condición física en nada afecta su desenvolvimiento ético; que no era católica, apostólica y romana, condición absolutamente tangencial e intrascendente cuando de revisar sus credenciales éticas se trata, en fin, que era la iluminada para el cargo de perseguir a los criminales y enviarlos tras las rejas en uno de los países más corruptos del planeta.

Poco o nada advirtieron los medios de comunicación, el presidente Santos y los miembros de la CSJ en el momento de participar en su elección e informar de ella. No se escudriñó su desempeño como parlamentaria cuando, por ejemplo, ayudó notoriamente a que el Samperismo, -la mayor fuerza destructiva de la ética pública nacional se apoderó y mantuvo inmoralmente en el poder-; poco le preguntaron por sus andanzas con un criminal de talla mayor como lo es el señor Lucio, a quien le debemos el innoble favor de postrarnos ante la violencia que nos carcome hace tanto tiempo y, poco se miró su efectividad y buenas prácticas en el ejercicio de sus funciones públicas.

Ahora, cuando “reaviva” públicamente sus amoríos con susodicho criminal y empieza a notarse su incompetencia administrativa, la sentenciamos fulminantemente como si nos cayera por sorpresa tan “inusual” actitud.

*Presidente de la Corporación Pensamiento Siglo XXI