Rusia, Colombia y el capitalismo | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Julio de 2019

Los principios económicos del liberalismo clásico hace tiempo fueron sepultados por la fuerza implacable de la historia, cuando sus tesis resultaron inadecuadas para afrontar los nuevos fenómenos sociales y económicos.

Es cierto que el desencadenamiento de las fuerzas productivas, merced a la iniciativa privada, libre de trabas propugnadas por el liberalismo, desencadenó en el pasado las potencialidades productivas de la sociedad y creó insospechados volúmenes de riqueza. Pero también es cierto que la ausencia de controles, el dejar hacer, el dejar pasar; el mejor gobierno es el que condujo a una asfixiante concentración de la riqueza. El liberalismo olvidó que la más grande de las injusticias es predicar la igualdad, frente a personas desiguales por sus aptitudes físicas y mentales, sociales y políticas. El pez grande se come al chico.

Muchos tratadistas y estudiosos afirman que los teorizantes ideológicos hacen críticas a todos los sistemas, pues individualmente considerados tienen vicios y virtudes, defectos y ventajas. En Rusia misma los modelos económicos han evolucionado, lo mismo en China Continental. Las anteriores reflexiones me las ha inspirado un sustantivo libro titulado “Latinoamérica: rutas del desarrollo y lazos con Rusia. Percepción desde Rusia”. Me lo obsequió el actual Embajador de Rusia, Sergei Koshkin. El libro fue escrito por Vladimir M. Davydov. La obra moviliza multitud de ideas.

Con el Embajador Sergei Koshkin se puede conversar ampliamente sobre temas de doctrinas políticas, pues es muy versado, versátil, fluido, erudito y anda documentado. Como yo he publicado muchos libros y como soy académico amigo de la dialéctica, hemos tenido buena química, buena “aura” como dicen los hindúes.

El padre Jesuita Ángel Valentierra, catedrático y figura destacada de la Iglesia me decía que el socialismo por su profundo sentido humano se aproximaba más a las enseñanzas de Jesucristo, que el capitalismo salvaje. Y que ambos modelos, en la práctica, no cumplían todo lo que ofrecían. Y me recordaba una impresionante frase de un francés: “Quien no es revolucionario antes de los 30 años, no tiene corazón; y quien sigue siendo revolucionario después de los 60 años, no tenía cerebro.

Todos los sistemas políticos y modelos, unos más que otros, no han podido acabar ni con la desigualdad, ni con el azote de la desocupación y el desempleo.

El mercado laboral se ha visto además afectado por el avasallador avance de la tecnología. La tecnología con frecuencia deshumaniza a la sociedad. La invasión de los ordenadores, los robots, las máquinas y los programas inteligentes en todos los órdenes sociales -desde el hogar, hasta la oficina, de la fábrica al taller, del almacén al laboratorio-, ha desplazado masivamente fuerza del trabajo intelectual y manual. Este ha sido el doloroso precio del progreso en la sociedad digital. Muchas de las tareas que hasta hace poco tiempo eran desempeñadas por seres humanos han sido confiádas a las máquinas pensantes inventadas por la tecnología y la cibernética para sustituir el trabajo físico y mental del hombre.