Tal vez nunca como hoy se sabe tanto del ser humano. No parece que alguna de sus dimensiones, bien sea la corpórea, la mental, la espiritual, la sicológica, el ámbito relacional, esté fuera de la infinita cantidad de estudios que sobre él se han realizado y se realizan en la actualidad. Y, sin embargo, nadie diría que ya se sabe todo. De hecho, por ejemplo, en el campo corporal sigue habiendo enfermedades que todavía no se pueden explicar en sus causas y lo mismo en el campo de la salud mental. Pero ya hay un cúmulo de conocimientos que nos dan la sensación de que en buena medida ya no nos es tan desconocida esa condición, la humana, con la que deambulamos por la vida. Esto ha traído grandes avances para comprenderla y mejorar su bienestar. Pero también nos ha dejado perplejos por momentos al ver ese lado oscuro que acompaña a hombres y mujeres de diversas maneras y que causa tanta tristeza y decepción a todos.
En contraste con lo anterior, nuestra época da la impresión de ser un poco lejana al conocimiento de Dios. O lo que creemos saber de Él es más de carácter intuitivo y hasta imaginativo. Pero llegar a saber de Dios porque lo hemos conocido en oración, en fe, en su revelación o en su Palabra, puede ser para el hombre contemporáneo una tarea por hacer o aún bastante incompleta. Acaso emprender ese camino de conocimiento pueda parecer una especie de lujo que no hay cómo dárselo en un tiempo en el cual hay tantas necesidades “más importantes” por resolver.
También, para los estrictamente pragmáticos y materialistas, cabrá preguntarse para qué puede ser útil el conocimiento de Dios, para qué puede servir, qué beneficios traería a las estadísticas del bienestar que todos estamos buscando, según la ONU, la Ocde, el Dane y otras siglas rimbombantes que se preocupan por salvarnos de todo mal y peligro, se supone.
La verdad es que conocer a Dios, saber de Él, es algo más que un vano ejercicio mental. El camino para entrar en su misterio es el mismo camino que conduce a la verdad y a la verdad. Precisamente el profundo conocimiento que hoy se tiene del ser humano, nos ha revelado cuánta mentira está pesando sobre el hombre y la mujer de nuestro tiempo. Y el conocimiento de Dios es algo así como la luz que alumbra a todo viviente. Conocerlo es conocer también de qué se trata el hombre, de qué se trata la mujer, en suma, la condición humana. ¿Será por eso que buena parte de la comunidad humana actual no quiere interesarse ni saber nada acerca de Dios? Dicho de otra manera: quien sabe de Dios, sabe del hombre. No saber de Dios es dejar al ser humano sujeto a algunos seres humanos que se creen dioses y que hacen el papel pésimamente.
Muchas de las grandes universidades de todo el mundo tienen una facultad de teología, aun siendo de carácter laical y también estatal. Es un signo de inteligencia y hasta de humildad. En medio de otras ciencias de gran valor, se sitúa un centro de pensamiento y reflexión sistemática, que se hace la pregunta por el Creador, por la creación, por el origen y fin de todo, el alfa y la omega, que quizás complemente o, mejor, le de sustento y sentido, a las mil pequeñeces, aunque importantes, en las cuales se ocupan las ciencias ideadas por el hombre. Saber de Dios para conocer al hombre. Ignorar a Dios para acabar con el hombre.