La familia tradicional, conformada por padre, madre e hijos; donde las jerarquías, deberes y derechos son claros y cada uno tiene una posición reconocida y aceptada en la estructura familiar, está casi extinta.
En las familias actuales, donde juegan un papel importante los padres divorciados que aportan sus hijos a nuevas familias; donde los hijos tienen que respetar como padre o madre a los nuevos compañeros sentimentales de sus progenitores y como hermanos a los hijos de estos; donde unos días el hogar es en una casa y en otros días el hogar es en otra, las cosas se han complicado. ¿A quién respetar, en quién confiar, quién nos ama? Son preguntas que se hacen los niños sometidos a constantes cambios y tensiones difíciles de entender y manejar.
Tampoco es fácil la cuestión de las parejas del mismo sexo y sus hijos, algunos nacidos de acuerdos para procrear, como son “los vientres en alquiler”. Conozco a una pareja de hombres que tienen una hijita resultado de uno de estos acuerdos. Ellos decidieron que era mejor que la mujer que parió la niña se quedara en su casa a criarla. No como madre sino como “niñera”. ¿Cómo se desarrollará esta relación con los años?
Es un nuevo mundo, con nuevas estructuras familiares que, naturalmente, traen problemas diferentes.
Sin embargo, quizás el conflicto más difícil de enfrentar es el distanciamiento que está ocurriendo entre los padres y sus hijos adultos. Las generaciones de las últimas décadas, especialmente en los países más desarrollados, no sienten el respeto por sus padres que las anteriores generaciones sentían. Hoy los hijos adultos se sienten más empoderados y capaces que sus padres, por lo tanto se han convertido en sus críticos y no quieren sus consejos, ni mucho menos, lo que ellos consideran, la interferencia en sus vidas. Esta nueva tendencia está siendo analizada y discutida, con preocupación, por expertos en relaciones humanas como son sociólogos y psicólogos.
Joshua Coleman en su libro “Reglas de distanciamiento. Por qué los hijos cortan con sus padres y cómo sanar la relación”, escribe que, en una sociedad tan individualista como la presente, las reglas de las relaciones interfamiliares han cambiado. Antes había un acuerdo tácito, pero aceptado, sobre el papel que padres e hijos tenían en una familia; cuáles eran sus deberes y cuáles[MCO1] sus obligaciones. Este “acuerdo”, nacido de la tradición, las costumbres sociales y las enseñanzas religiosas, hoy es rechazado por unas generaciones indiferentes a la tradición, la religión y profundamente egocéntrica.
Los hijos viven vidas gobernadas por la tecnología, las redes sociales, el consumo desbocado y sus profesiones. No les interesa formar parte de esa “gran” familia, que incluye a sus abuelos, tíos, primos y sobrinos; rechazan las reuniones familiares, como las fiestas de Navidad o Año Nuevo. Celebrar sus cumpleaños con sus padres es una “mamera”. Se quieren sacudir del yugo familiar. Saben que quizá sus padres vivirán hasta los 100 años, o más, y serán una pesada carga.
Esto causa mucho dolor a los padres, quienes se sienten abandonados y maltratados y a los hijos, que se sienten amarrados a una relación que los constriñe. La familia tradicional se está extinguiendo, parece ser una tendencia irreversible. Algo realmente dramático en un mundo donde cada día estamos más solos.