El pasado 13 de marzo el Papa Francisco completó seis años al frente de la Iglesia. Difícil encontrar en la historia reciente un pontificado tan lleno de situaciones complejas, de retos tan grandes y de realizaciones concretas. Llegado de muy lejos -para los romanos- el obispo argentino Bergoglio puso a trabajar a todo el mundo intensamente desde que fue elegido como cabeza de la comunidad eclesial. Y lo hizo a partir de imprimirle a la Iglesia un nuevo espíritu, caracterizado por la apertura y el imperativo de salir de sí misma para realizar su labor de siempre, que no es otra cosa que llevar el Evangelio de Jesucristo a toda la gente. Como suele suceder en las instituciones grandes, puede ser que el Papa Francisco se hubiese encontrado con una Iglesia un poco paquidérmica y en alguna medida replegada sobre sí misma. Había que sacudirla y lo hizo y lo está haciendo.
De todo lo que se puede decir de este pontificado, quiero destacar tres aspectos. El primero, el firme propósito de que la Iglesia recupere su talante misionero. Una Iglesia en salida, es la frase que se ha acuñado a este respecto. Son tan numerosos los frentes en los cuales se desempeña todo el aparato evangelizador de la Iglesia, que se podría pensar que nada más se puede hacer y que no hay más gente para nuevas empresas espirituales. Sin embargo, suele suceder que, con tantas realizaciones, el misionero se dé por satisfecho y pierda entusiasmo para hacer más cosas. En verdad siempre es posible anunciar con más empeño a Jesucristo, siempre se puede llegar a nuevos ambientes, siempre se presentan nuevas oportunidades, así como se cierran algunas puertas y escenarios. En síntesis, la Iglesia no puede nunca decir “suficiente” y los hechos lo demuestran pues a alguien siempre le falta una palabra sobre Dios.
En segundo lugar, el Papa Francisco le ha dado toda la categoría que merece a la misericordia. Ha sido como su eslogan en todo lo que hace y enseña. La humanidad es propensa en muchas ocasiones a la crueldad, al desprecio de la vida humana, al olvido del pobre, al abandono de los que no son poderosos. Suelen hombres y mujeres ser muy duros con quien fracasa, con quien equivoca el camino, con quien pierde su tierra, con el que aparece inconsultamente en las costas de una nación. El papa Francisco ha gritado una y otra vez que la respuesta del corazón es la misericordia, por encima de toda consideración: muros fronterizos, juicios morales, nacionalidades exacerbadas, miradas de sospecha. Y con esta recategorización de la misericordia, el pontífice ha activado infinidad de obras a favor de los pobres y los necesitados.
Finalmente, el papa argentino ha querido sacar la putrefacción de la Iglesia. La quiere limpia, santa, según el modelo de Cristo y no sobre otros que no están en su origen. Este ha sido seguramente el propósito que más espinas le ha puesto sobre la cabeza al sucesor del apóstol Pedro. Pero las ha aguantado con valor de verdadero apóstol y con la serenidad de quien sirve a Dios en absoluta fidelidad. Es una tarea que ha comenzado, se ha consolidado, pero que seguramente tomará mucho más tiempo, más dolores, más tristezas, y en la cual no hay reverso posible.
Iglesia en salida, Iglesia misericordiosa, Iglesia purificada. Tres momentos espirituales con los que el Papa Francisco ha querido caracterizar su misión. El mundo lo ha visto y lo aplaude. Ojalá suceda lo mismo al interior de la Iglesia.