Señora Ministra de Educación (I) | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Enero de 2021

Un educador chileno sostenía que “entre menos hable un profesor más aprende el alumno”, yo, después de más de cincuenta años vinculado a la educación, coincido con este principio: educar es mucho más que informar y memorizar. Para entender este axioma se requiere entender, primero que todo, que la vida de las naciones es sus gobiernos, y que las personas son el reflejo de su educación. Esto implica que para educar se debe partir del corazón, de la libertad, y de la inteligencia.

Por otro lado, Platón decía que enseñar es escribir en el alma de los hombres. Decía, además, que una educación recta es la que se muestra capaz de dar la máxima belleza y bondad a los cuerpos y a las almas. Dicho de otra forma, educar es transmitir nuestros tesoros espirituales: conocimiento, buenas costumbres, y las habilidades o artes recogidas en cada cultura.

Por esto, la función del educador consiste en desencadenar el proceso interior del crecimiento humano, contando con los discípulos. El docente lleva a los alumnos a querer libremente y esto se logra con ellos: lograr que quieran y que se hagan a la idea de lo que quieren. Así, la clave de la educación está en la motivación, conquistando la confianza del alumno, y la pasión del alumno por lo bueno, que nace de descubrir la belleza de la verdad y el atractivo de los bienes morales y estéticos: contagiando su entusiasmo y devoción por el saber.

Por esto, la educación es iluminar la inteligencia y modelar el corazón. En el entendido que la inteligencia es la luz del espíritu, y el corazón es su fuerza. Y el corazón se aficiona por lo valioso, y hace fuerte a la persona para que pueda ejercer la libertad.

Ahora, viendo la libertad como propiedad natural del espíritu humano -que nace muy débil y sin formación, y que solo puede alcanzar metas triviales- que para que llegue a darle a la inteligencia apertura de mira, para formar un corazón noble y fuerte -capaz de vibrar y de entusiasmarse con grades bienes- reclama una docencia que forme, plenamente, el corazón del discípulo. Además, como el amor es el motor principal de la psicología humana, la educación debe ayudar a plantear y desarrollar los amores que hacen digna y noble la vida humana.

De igual manera, la conducta de la persona depende de las inclinaciones permanentes que llevan al corazón, más que de las decisiones esporádicas que algún día se le ocurre. Por esto, los amores no se imponen, los amores se pueden proponer y fomentar, al mostrar su belleza y trasmitir el entusiasmo que a irradian.

Y como los amores por la verdad y la belleza, los saberes y las ciencias, las artes y los oficios, y muchas tareas y trabajos, son los fines, es necesario dar razones al adulto, y al niño también, porque el hombre es un ser racional, llamado a ser más. Y el razonamiento es el más amplio y versátil de los móviles por ser compartidos.

Fuente: J.L. Lorda, Humanismo.