La especie de revolución que vive el mundo actual en todo sentido ha llenado de preguntas la condición humana en sus diversas facetas. Entre ellas, la religiosa, sin lugar a dudas. ¿Qué papel tiene hoy la religión? ¿Qué le aporta a una persona el tener fe en Dios en una sociedad que cada vez se hace más y más terrenal? Más aún: ¿qué importancia puede tener el pertenecer a una iglesia o a una religión determinadas cuando se proclama a los cuatro vientos que todas son iguales y que Dios no es sino uno y el mismo para todos?
Y a medida que la ciencia y la falsa ciencia avanzan a pasos agigantados, no falta quien cuestione seriamente el que haya hombres y mujeres que realicen actividades tales como orar, adorar, contemplar, leer escritos de hace muchos siglos. Como en medio de una gran tormenta está la vida humana hoy en día y con ella su quehacer espiritual.
La religión católica, la cual gira en torno a la Santísima Trinidad y a la Iglesia que preside el Papa de Roma, junto con el colegio de los obispos, no es ajena a los cambios rápidos y profundos que viene experimentando el mundo desde hace ya más de medio siglo. Esos cambios han hecho que también la Iglesia cambie en lo que puede y debe ser cambiado. Y, lo creo, también han ocasionado una especie de evolución entre los mismos creyentes que profesan la fe católica. Poco a poco los católicos se han ido acercando cada vez más a la Palabra de Dios, antes que a cualquier otro discurso o tratado. Incluso, a veces son más proclives a obedecer esta Palabra y no siempre con el mismo entusiasmo la de la Iglesia que los evangeliza. También han ido ganando en una actuación en conciencia ante Dios, menos sujeta a otras indicaciones que ven como externas y no necesariamente conocedoras de su vida interior. En general, muchos católicos, aunque pocos en relación con la totalidad, entienden hoy que el primer responsable de la fe es cada uno y que esto encaja perfectamente con la autonomía del sujeto que ha conquistado la era moderna.
La revolución actual es un reto para la identidad de las personas. Como una gran avalancha, este momento de la historia, quisiera domesticar y unificar a todos los seres humanos, convirtiéndolos en piezas de un gran sistema. Y entre menos autonomía tengan, mejor. Entre más sean del engranaje, todo irá sin problemas. Entre menos preguntas trascendentales se hagan, todo será calma. La abolición del hombre, enunciada ya hace bastante tiempo. Ser católico hoy significa, en buena medida, tener una decisión interior que lo vincula a Dios y al hombre. Y lo relaciona sustancialmente, no accidental ni ocasionalmente. Todo por Dios y todo por el hombre. Nada contra Dios, nada contra el hombre.
A medida que Jesús se mostraba, afirmaba que la nueva adoración sería en espíritu y verdad, que el nuevo templo ya no sería de piedra y que de la fe brotarían aguas para la vida eterna. El católico de verdad, mejor, el cristiano de verdad, es un peregrino que atraviesa este desierto de la vida, seguro de que en su Roca hay un manantial de agua viva. Por eso no se detiene ni se distrae hasta encontrarla. ¡Feliz año nuevo para todos los que buscan a Dios y aman al prójimo en verdad!