En camino al “progresismo” se vuelven a enarbolar las banderas de la muerte como medio para manifestar la libertad y la autonomía. Matar niños en el vientre materno, matar enfermos en situación de extrema debilidad, matar líderes para extender más el cultivo de la coca, matar defensores de derechos humanos, etc. Matar niños y jóvenes en forma progresiva con la libertad absoluta en el uso de drogas alucinógenas, alcohol y otras basuras.
Las sociedades “progresistas” no tienen límites ni creen en mitos ni mucho menos en valores absolutos. Esta comunidad que posa de avanzada se hace con las leyes y las armas y va camino de hacer obligatorio que todas sus premisas de muerte sean de obligatorio cumplimiento para todos los que en ella habitan y si no lo aceptan, pues, muy posiblemente, serán también sus víctimas, incluso con la muerte.
La situación actual para quienes creemos en el valor absoluto de la vida es compleja, pero no por ello oscura en cuanto a lo que creemos y lo que debemos hacer. Compleja porque nada ayuda a que en el escenario público la vida no esté defendida en forma integral. El gobierno y todos los gobiernos que hemos tenido son de un tibio aterrador frente a la defensa de la vida. Nuestro parlamento trabaja para el mejor postor electoral y en eso es un aliado incondicional de los que desprecian la vida.
La justicia colombiana, más perdida, imposible. La gran prensa del país está subyugada, en aras de las ventas, por los columnistas y las columnistas anti-vida, pues esas posturas venden y los hacen estar “a la última moda intelectual”, evidentemente pro-muerte 100%. De los comentaristas de radio y televisión sobre el valor de la vida, mejor ni hablar pues son de una superficialidad e irresponsabilidad sin límites.
La verdad es que estamos en un ambiente, ahora sí, como satánico, que se ha plegado sin muchos reparos a la ideología de la muerte. Sí, es una ideología, como la otra que sabemos. Pero nada de lo anterior, ni de lo que a veces se enseña en algunos estamentos educativos medios y superiores en cuanto a la forma de acabar la vida, le quita un gramo de peso al argumento del valor absoluto e intocable de la vida.
Al contrario, entre más mujeres son inducidas a matar a sus hijos, entre más enfermos son despachados como mercancía inservible, entre más jóvenes se consumen en las drogas, entre más campesinos e indígenas mueren a manos de los cobardes armados, más luce, y de ahí el inmenso dolor, el valor inigualable de la vida. No hay un solo argumento de los que aman y promueven el matar, que siquiera se compare con la felicidad de la vida, la belleza de sus realizaciones, las potencias que encierra, el ingenio que posee para superar dificultades. Y yo insisto en que todos los que matan y los que promueven la muerte de seres indefensos deben subir un día a los estrados de la justicia a responder por el mal que han hecho y siguen haciendo. A ver si son capaces de demostrar que matando y promoviendo la muerte han solucionado un problema que no sea el de la conveniencia, el egoísmo y la frustración de sus propias vidas. “No matarás”, es mandato divino y eso no se toca.