Las multitudinarias marchas del 21 de noviembre sorprendieron a los ciudadanos, al gobierno, a los partidos políticos y en especial a las organizaciones convocantes, que no logran comprender, unos, sus motivos, mientras otros, febrilmente intentan, sin descifrar su naturaleza, capitalizarlas políticamente.
La masiva presencia ciudadana en las calles superó todos los pronósticos. Allí se confundieron en un mismo río humano gentes de todas las vertientes, de todos los oficios y de todas las edades, para expresar su desasosiego ante la incapacidad del Estado de llevar a cabo las reformas sociales, políticas y económicas que promuevan desarrollo y aseguren bienestar.
El presidente Duque decidió adelantar conversaciones con representantes de todos los sectores nacionales para escucharlos y conocer sus opiniones e insatisfacciones que permitan consensuar los instrumentos legales que el país reclama. A pesar de las dificultades e infortunios que Colombia ha enfrentado en los últimos tres decenios, nuestra sociedad ha progresado en todos los campos de su accionar y desarrollo: en el ordenamiento constitucional, en el crecimiento económico, en sus niveles de protección social, salud, educación y disminución de los índices de pobreza, que han permitido el advenimiento de una clase media emprendedora y transformadora que hoy exige mejores espacios y garantías para su desenvolvimiento y quiere aportar al fortalecimiento del régimen democrático. Vivimos una coyuntura llena de oportunidades, si los colombianos sabemos entendernos por encima de las discrepancias del pasado.
La voluntad y el esfuerzo del gobierno deben ser correspondidos con creatividad y responsabilidad por todos, especialmente por las organizaciones convocantes del paro que no deben enroscarse en el sentimiento equivocado de sentirse dueños de las expresiones democráticas de los ciudadanos. Su posición de oponerse a toda reforma en vez de estimular los consensos, y dictarle al gobierno condiciones y prohibiciones, los retrotraen a debates ideológicos trasnochados e incomprensibles para las nuevas generaciones.
Y lo propio ocurre con el mamertismo ilustrado que en carta reciente le propone al presidente despojarse de sus atribuciones constitucionales y legales para someterse a la voluntad de sus contradictores en los términos y condiciones que estos pretenden dictarle, en una mesa, con unos interlocutores y una agenda que no tienen propósito distinto al de la ilusión de la decapitación política del presidente y su gobierno. El odio es enemigo de la paz y también de la grandeza.
Colombia requiere fortalecer sus instituciones y remozar sus políticas. El liderazgo presidencial es el factor ineludible e indispensable para lograrlo. Se ha iniciado el proceso que permita la participación activa y propositiva de todos los estamentos del país y todos debemos ser actores y garantes de su éxito. Es una invaluable oportunidad que se nos brinda para superar esta crisis y otras que vengan, y fortalecernos como nación.