En la última campaña en la que participé para el Senado, en el año 2014, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para recorrer en un poco más de 100 días cerca de 150 municipios. Nada diferente de una campaña presidencial. Solo que para poder cumplir con tan difícil agenda, sin helicóptero y aviones, hube de dormir varias veces dentro de un carro mientras se movía de un departamento a otro y alimentarse en muchas ocasiones a punta de ‘sancocho de vitrina’, dejando como secuela varias afecciones a la salud.
Las preguntas surgieron ¿Será esto justo? ¿Tanto con el candidato, como con los municipios visitados? ¿Se podrá después hablar por las necesidades de todas esas poblaciones? ¿Se podrá Representar, así con mayúscula, a los habitantes de esos territorios?
Siendo franco, escasamente se vuelve después a visitar los municipios de su propio departamento. No porque no se quiera. Es porque después ya no hay tiempo por estar el elegido inmerso en las tareas legislativas. Tampoco se alcanza a influir en el desarrollo y progreso de todas esas localidades.
Por esto es que muchos dicen que “los políticos no aparecen sino en épocas de elecciones”. Esta es, sin duda, otra razón fuerte del desencanto hacia la política.
A esto es a lo que se ve abocado quien aspira hoy al Senado por circunscripción nacional.
Ni que decir de los costos de las susodichas campañas. El encarecimiento de la política se disparó por cuenta de tener que recorrer el país, de abrir sedes aquí y allá, de multiplicar las piezas publicitarias, de armar equipos de trabajo, de cuidar con testigos, abogados y electoreros el día de elecciones, de pagar medios de transporte que ese día hacen su agosto, etc…
También por cuenta de la circunscripción nacional sobrevino la compra descarada de líderes, concejales y diputados, deteriorando cada vez más la actividad política. No es raro ver concejales liberales apoyando candidatos al Senado de otro departamento avalados por el Partido de La U. O diputados del Partido Conservador apoyando candidatos al Senado de Cambio Radical. Todas las combinaciones posibles que se pueda imaginar ocurren hoy en nuestra desvencijada política por cuenta del mecanismo del voto por circunscripción nacional.
Sobra decir que quien esté mejor financiado tiene las mayores posibilidades. He aquí uno de los mayores orígenes de corrupción y relación indebida con contratistas públicos.
Capítulo aparte lo constituye el tema electoral. Resulta casi imposible para un candidato al Senado vigilar lo que ocurra en cada una de las mesas de votación diseminadas por todo el territorio nacional. Ni siquiera sus compañeros de lista le cuidan los votos, por cuanto los primeros enemigos están en los propios partidos en razón del voto preferente.
Y el problema es que ello se presta para la corrupción en el sistema electoral. Candidatos que no salen electos en los escrutinios, después aparecen con votaciones atípicas en poblaciones apartadas, logrando así hacerse a las curules de una manera descarada. Denuncias en los medios de comunicación acerca de venta de paquetes de miles de votos y manipulación de registros electorales, han sido hechos notorios.
En la campaña al Senado de 2018, avalados por 16 partidos se presentaron en total 930 candidatos. La Registraduría Nacional dispuso de 104.126 mesas en el país. Si multiplicamos el número de candidatos por el número de mesas, tendremos el número de registros electorales: 96.837.180. Así como lo lee: casi noventa y siete millones de datos. Eso es lo que debe computar la Registraduría el día de elecciones ¡Qué festín se deben dar algunos!
El sueño del Constituyente del 91 de ver surgir figuras nacionales se convirtió en una verdadera pesadilla que, 27 años después, deja una herencia de corrupción al elector, pérdida de autoridad de los partidos, desatención de las necesidades de los municipios, y lo peor, ausencia de representación parlamentaria de muchos departamentos.
Ahora que se está discutiendo una nueva reforma política, debería volverse a la elección del Senado por circunscripción departamental, tal como era antes de la Constitución del 91.
Los parlamentarios de la provincia colombiana deberían velar por recuperar la representación perdida con la circunscripción nacional y, de paso, hacerle un gran favor a nuestro país.